viernes, 12 de octubre de 2007
PJ/PNJ
Bergaith Kellhorn - Prólogo
De la opresión a la libertad.
Bergaith nació en el seno de una familia noble Sarcosana, su padre Valgard poseía tierras y tenia muchos caballeros a sus ordenes, sin embargo la familia Kellhorn había sucumbido al poder de Izrador hacia dos generaciones y ayudaban a los orcos a acabar con cualquier foco de resistencia que se encontrara en tierras Sarcosanas y a cambio se les permitía conservar sus tierras, sus dos hermanos mayores Arnkell y Gudrod se encargaban de dirigir las incursiones de castigo cuando encontraban algún foco de resistencia, se suponía que lo hacían porque era su deber pero Bergaith estaba convencido que disfrutaban con cada masacre, cuando les veía regresar de la batalla salpicados de sangre bromeando y riéndose le hervía la sangre.
Por las noches, su padre se retiraba a su salón privado y se quedaba sentado en su gran sillón con los ojos fijos en las llamas de la chimenea con el semblante entristecido, Bergaith a veces se quedaba mirándolo desde la puerta, por aquel entonces era demasiado joven para entender a su padre, Bergaith le odiaba, tanto a el como a sus hermanos, no entendía porque no se alzaban contra los secuaces de Izrador, por que permitían que les arrebataran el honor y el orgullo de ese modo, a veces cuando no podía contener su ira el chico desafiaba a su padre, gritándole, recordándole las hazañas de sus antepasados y llamándole cobarde, cuando eso sucedía Valgard mandaba azotar a su hijo y lo dejaba encerrado en sus aposentos durante una semana como castigo, era entonces cuando su madre Kadllin iba a verle a su habitación y abrazaba a su ensangrentado hijo llorando desconsoladamente.
Sin embargo había alguien que alimentaba el fuego de la rebeldía que ardía dentro de Bergaith, era un viejo sirviente que cuidaba del establo, Vestar se llamaba, era el quien le contaba al chico todas esas historias sobre el valor Sarcosano, le hablaba de honor, de valentía y de antiguas batallas y héroes Sarcosanos, el chico soñaba que algún día se convertiría en un gran jinete y lucharía en una batalla definitiva contra Izrador para derrotarle y convertirse en leyenda como los héroes de antaño, el viejo sonreía al escucharle hablar de su destino, sin embargo sus ojos no acompañaban la sonrisa sino que permanecían tristes, no era mas que un pobre chico de imaginación desbordada. Cuando Valgard descubrió que el viejo Vestar era el que le contaba todas esas historias al chico lo mando ejecutar públicamente, Bergaith lo contemplo consumido por la ira y una lagrima resbalo por su mejilla, desde entonces no volvió a dirigirle la palabra a su padre y se juro a si mismo que jamás volvería a llorar.
Un buen día la ira y el odio que el chico albergaba contra su padre se convirtieron en lastima cuando al fin lo comprendió, sus dos hermanos llegaron de una de sus incursiones en mitad de una noche lluviosa, por lo visto habían encontrado mas resistencia de la que esperaban y Gudrod había recibido una herida horrible en el estomago, todos sabían que nadie podría sobrevivir con una herida como esa, Bergaith primero pensó que se lo merecía, pero luego al ver la cara de su madre se arrepintió, su padre sin embargo parecía tranquilo, mandó llamar a un sirviente que salió corriendo rápidamente y al poco tiempo llegó un ser siniestro cubierto completamente con una túnica negra y la cara sumida en la oscuridad que proyectaba la capucha, el chico vio como el hombre ponía sus manos sobre la herida de su hermano y murmuraba unas palabras siniestras, Bergaith pudo escuchar claramente la palabra “Izrador” varias veces, lo que sucedió luego le puso la carne de gallina, la herida de su hermano empezó a curarse sola, los tejidos se reparaban y la herida se cerraba, en cuestión de segundos la vida de su hermano ya no corría peligro, fue entonces cuando lo comprendió, era por esa clase de privilegios que su padre había agachado la cabeza, quizás en el fondo no era tan ruin, solo era un hombre asustado, por eso le dio lastima y se prometió que llegado el momento, el triunfaría donde su padre había fracasado.
Así pues pasaron los años y el chico creció, recibió adiestramiento en el arte de la guerra sarcosano y le entregaron a Styr, su caballo, el símbolo de su gente। Bergaith puso todo su empeño en su entrenamiento, aprendió rápido y se convirtió en un buen jinete y guerrero, pero nadie se imaginaba cuales eran sus planes, cuando llego a la mayoría de edad y le nombraron caballero se fugó, la misma noche después de la celebración se escabulló cuando todos dormían, se fue al establo a buscar a su fiel compañero Styr a los establos y se marchó cabalgando en la oscuridad. Bergaith sabia cual seria su destino si se quedaba, tendría que ir con sus dos hermanos a las incursiones de castigo y eso sería algo que no podría soportar, solo esperaba que sus padres le comprendieran. Se suele decir que para los Sarcosanos sus caballos son un símbolo de libertad, para Bergaith ya no era solo un simple simbolo, era una realidad.
De la opresión a la libertad.
Bergaith nació en el seno de una familia noble Sarcosana, su padre Valgard poseía tierras y tenia muchos caballeros a sus ordenes, sin embargo la familia Kellhorn había sucumbido al poder de Izrador hacia dos generaciones y ayudaban a los orcos a acabar con cualquier foco de resistencia que se encontrara en tierras Sarcosanas y a cambio se les permitía conservar sus tierras, sus dos hermanos mayores Arnkell y Gudrod se encargaban de dirigir las incursiones de castigo cuando encontraban algún foco de resistencia, se suponía que lo hacían porque era su deber pero Bergaith estaba convencido que disfrutaban con cada masacre, cuando les veía regresar de la batalla salpicados de sangre bromeando y riéndose le hervía la sangre.
Por las noches, su padre se retiraba a su salón privado y se quedaba sentado en su gran sillón con los ojos fijos en las llamas de la chimenea con el semblante entristecido, Bergaith a veces se quedaba mirándolo desde la puerta, por aquel entonces era demasiado joven para entender a su padre, Bergaith le odiaba, tanto a el como a sus hermanos, no entendía porque no se alzaban contra los secuaces de Izrador, por que permitían que les arrebataran el honor y el orgullo de ese modo, a veces cuando no podía contener su ira el chico desafiaba a su padre, gritándole, recordándole las hazañas de sus antepasados y llamándole cobarde, cuando eso sucedía Valgard mandaba azotar a su hijo y lo dejaba encerrado en sus aposentos durante una semana como castigo, era entonces cuando su madre Kadllin iba a verle a su habitación y abrazaba a su ensangrentado hijo llorando desconsoladamente.
Sin embargo había alguien que alimentaba el fuego de la rebeldía que ardía dentro de Bergaith, era un viejo sirviente que cuidaba del establo, Vestar se llamaba, era el quien le contaba al chico todas esas historias sobre el valor Sarcosano, le hablaba de honor, de valentía y de antiguas batallas y héroes Sarcosanos, el chico soñaba que algún día se convertiría en un gran jinete y lucharía en una batalla definitiva contra Izrador para derrotarle y convertirse en leyenda como los héroes de antaño, el viejo sonreía al escucharle hablar de su destino, sin embargo sus ojos no acompañaban la sonrisa sino que permanecían tristes, no era mas que un pobre chico de imaginación desbordada. Cuando Valgard descubrió que el viejo Vestar era el que le contaba todas esas historias al chico lo mando ejecutar públicamente, Bergaith lo contemplo consumido por la ira y una lagrima resbalo por su mejilla, desde entonces no volvió a dirigirle la palabra a su padre y se juro a si mismo que jamás volvería a llorar.
Un buen día la ira y el odio que el chico albergaba contra su padre se convirtieron en lastima cuando al fin lo comprendió, sus dos hermanos llegaron de una de sus incursiones en mitad de una noche lluviosa, por lo visto habían encontrado mas resistencia de la que esperaban y Gudrod había recibido una herida horrible en el estomago, todos sabían que nadie podría sobrevivir con una herida como esa, Bergaith primero pensó que se lo merecía, pero luego al ver la cara de su madre se arrepintió, su padre sin embargo parecía tranquilo, mandó llamar a un sirviente que salió corriendo rápidamente y al poco tiempo llegó un ser siniestro cubierto completamente con una túnica negra y la cara sumida en la oscuridad que proyectaba la capucha, el chico vio como el hombre ponía sus manos sobre la herida de su hermano y murmuraba unas palabras siniestras, Bergaith pudo escuchar claramente la palabra “Izrador” varias veces, lo que sucedió luego le puso la carne de gallina, la herida de su hermano empezó a curarse sola, los tejidos se reparaban y la herida se cerraba, en cuestión de segundos la vida de su hermano ya no corría peligro, fue entonces cuando lo comprendió, era por esa clase de privilegios que su padre había agachado la cabeza, quizás en el fondo no era tan ruin, solo era un hombre asustado, por eso le dio lastima y se prometió que llegado el momento, el triunfaría donde su padre había fracasado.
Así pues pasaron los años y el chico creció, recibió adiestramiento en el arte de la guerra sarcosano y le entregaron a Styr, su caballo, el símbolo de su gente। Bergaith puso todo su empeño en su entrenamiento, aprendió rápido y se convirtió en un buen jinete y guerrero, pero nadie se imaginaba cuales eran sus planes, cuando llego a la mayoría de edad y le nombraron caballero se fugó, la misma noche después de la celebración se escabulló cuando todos dormían, se fue al establo a buscar a su fiel compañero Styr a los establos y se marchó cabalgando en la oscuridad. Bergaith sabia cual seria su destino si se quedaba, tendría que ir con sus dos hermanos a las incursiones de castigo y eso sería algo que no podría soportar, solo esperaba que sus padres le comprendieran. Se suele decir que para los Sarcosanos sus caballos son un símbolo de libertad, para Bergaith ya no era solo un simple simbolo, era una realidad.
Después de eso el joven jinete estuvo vagando solo durante un tiempo y aprendió a sobrevivir como pudo, al final acabó encontrando un grupo de jinetes, jóvenes y veteranos, que formaban parte de la resistencia, habían formado un Shaleef (una hermandad de honor en lengua Sarcosana), eran nómadas y se dedicaban a asaltar a pequeños grupos de orcos o caravanas de suministros, así que Bergaith se unió a ellos enseguida, con ellos aprendió mucho mas de lo que había aprendido en su entrenamiento y participo por primera vez en combates reales, su grupo tenia que estar siempre en movimiento para evitar ser encontrados y en muchas ocasiones las patrullas de la familia Kellhorn les estuvieron pisando los talones, a pesar de eso, el joven jinete era feliz por primera vez en su vida, se sentía libre y aunque su vida estaba en constante peligro y carecía de cualquier tipo de lujo sabia que estaba haciendo lo correcto y eso hacia que todo lo demás mereciera la pena, el odio y la rabia se habían esfumado, simplemente se sentía en paz y harmonía consigo mismo. Pero esa situación no podía durar para siempre.
La patrulla de Bergaith llevaba varios días rastreando un pequeño grupo de orcos a través de las llanuras y cuando al fin localizaron su campamento lo atacaron inmediatamente, era un buen momento, justo antes del alba, los orcos todavía estaban medio dormidos cuando una docena de caballeros cargaron contra su campamento matando a muchos antes de que pudieran reaccionar, unos cuantos se dieron a la fuga mientras otros se lanzaron al combate furiosamente, pero ya no había nada que hacer, pillados por sorpresa y algunos incluso desarmados fueron cayendo bajo las lanzas Sarcosanas uno por uno, entre los jinetes había algún herido, siempre era peligroso enfrentarse a los orcos, pero ninguno estaba tan herido como para no poder cabalgar así que prendieron fuego al campamento y cabalgaron en pos de la media docena de orcos que huían, algo llamo la atención de Bergaith, los orcos se dirijan hacia las llanuras, había un bosque cerca pero no habían huido en esa dirección, aunque los orcos no destacaban por su inteligencia tampoco eran del todo estúpidos así que le extraño aunque supuso que estaban siendo dominados por el pánico. El líder de la patrulla, Sven, un veterano cubierto de cicatrices, no se mostró extrañado por la actitud de los orcos así que Bergaith se tranquilizó. Cuando los jinetes estaban a punto de darles alcance los orcos estaban subiendo un promontorio arenoso bastante elevado, a una señal de Sven los jinetes se dividieron en dos grupos de seis y empezaron a rodear el promontorio un grupo por cada lado, llevaban bastantes años combatiendo juntos y sabían lo que tenían que hacer, sin embargo ninguno de ellos estaba preparado para lo que les esperaba al otro lado.
Los jinetes frenaron en seco, los caballos se encabritaron y Gamal, el mas joven del grupo, incluso se cayó de su silla, delante de ellos, oculta por la elevación había una criatura terrorífica, su cuerpo colosal cubierto de escamas rojas resultaba una visión terrible por si sola pero lo peor eran sus ojos, sus fríos ojos de reptil los miraban fijamente, lo mas terrorífico de esa mirada era la inteligencia que se reflejaba en esos ojos. El dragón, que había estado agazapado, estiró el cuello y profirió un horrible rugido que hizo que se les helara la sangre en las venas a todos los jinetes, la criatura no era muy grande comparada con otros de su especie sin embargo al lado de los Sarcosanos era enorme, Sven estaba gritando ordenes pero nadie le escuchaba, Gamal ni siquiera se había levantado del suelo, estaba petrificado. El dragón bajó el cuello otra vez y exhaló una enorme llamarada que envolvió al grupo en el que estaban Sven y Gamal, los seis jinetes murieron en el acto, calcinados en el mismo sitio junto con sus caballos, los orcos del promontorio habían dejado de huir y rugían como posesos, parecían estar disfrutando del espectáculo, pero no eran los únicos que vitoreaban, detrás del dragón había dos docenas mas de orcos rugiendo, entre ellos había un legado, con las manos cruzadas sobre el pecho, contemplando la escena con una sonrisa, Bergaith jamás olvidaría esa cara.
La brutal muerte de sus compañeros hizo reaccionar a los jinetes restantes que emprendieron la huida hacia el bosque cabalgando lo mas rápido que podían mientras los orcos trotaban detrás de ellos perezosamente. Bergaith por un momento pensó que lo conseguirían, la cabeza del dragón asomó por encima del promontorio, y poco a poco, como si tuviera todo el tiempo del mundo, la criatura tomó impulso y emprendió el vuelo detrás de los jinetes, su vuelo era mucho mas rápido que los jinetes, no iban a lograrlo. Bergaith se puso a gritar a sus compañeros, que se abrieron en abanico, no podían salvarse todos pero al menos uno debía sobrevivir para avisar al resto del Shaleef, sino lo lograban esa criatura acabaría con todos los jinetes de la hermandad. El dragón les dio alcance y lanzo dos rápidas llamaradas que envolvieron a dos de los jinetes, luego su cuello serpenteó y sus enormes mandíbulas apresaron al que cabalgaba al lado de Bergaith, quien pudo escuchar claramente el sonido de los huesos al aplastarse mientras la sangre su compañero y su montura le salpicaban, sin embargo estaban llegando al bosque y el dragón tuvo que empezar a elevarse, lanzo una ultima llamarada a otro jinete y apresó al que quedaba con sus patas traseras mientras se elevaba para lanzarlo luego por el aire entre alaridos, justo cuando Bergaith pensaba que iba a lograrlo la enorme cola de la criatura le golpeó desde un lado, fue como si le golpeara una montaña, el cuerpo de Bergaith salió despedido por los aires mientras Styr se internaba corriendo en el bosque sin jinete, Bergaith reboto contra un árbol y aterrizó entre la maleza aunque para entonces ya estaba inconsciente...
La patrulla de Bergaith llevaba varios días rastreando un pequeño grupo de orcos a través de las llanuras y cuando al fin localizaron su campamento lo atacaron inmediatamente, era un buen momento, justo antes del alba, los orcos todavía estaban medio dormidos cuando una docena de caballeros cargaron contra su campamento matando a muchos antes de que pudieran reaccionar, unos cuantos se dieron a la fuga mientras otros se lanzaron al combate furiosamente, pero ya no había nada que hacer, pillados por sorpresa y algunos incluso desarmados fueron cayendo bajo las lanzas Sarcosanas uno por uno, entre los jinetes había algún herido, siempre era peligroso enfrentarse a los orcos, pero ninguno estaba tan herido como para no poder cabalgar así que prendieron fuego al campamento y cabalgaron en pos de la media docena de orcos que huían, algo llamo la atención de Bergaith, los orcos se dirijan hacia las llanuras, había un bosque cerca pero no habían huido en esa dirección, aunque los orcos no destacaban por su inteligencia tampoco eran del todo estúpidos así que le extraño aunque supuso que estaban siendo dominados por el pánico. El líder de la patrulla, Sven, un veterano cubierto de cicatrices, no se mostró extrañado por la actitud de los orcos así que Bergaith se tranquilizó. Cuando los jinetes estaban a punto de darles alcance los orcos estaban subiendo un promontorio arenoso bastante elevado, a una señal de Sven los jinetes se dividieron en dos grupos de seis y empezaron a rodear el promontorio un grupo por cada lado, llevaban bastantes años combatiendo juntos y sabían lo que tenían que hacer, sin embargo ninguno de ellos estaba preparado para lo que les esperaba al otro lado.
Los jinetes frenaron en seco, los caballos se encabritaron y Gamal, el mas joven del grupo, incluso se cayó de su silla, delante de ellos, oculta por la elevación había una criatura terrorífica, su cuerpo colosal cubierto de escamas rojas resultaba una visión terrible por si sola pero lo peor eran sus ojos, sus fríos ojos de reptil los miraban fijamente, lo mas terrorífico de esa mirada era la inteligencia que se reflejaba en esos ojos. El dragón, que había estado agazapado, estiró el cuello y profirió un horrible rugido que hizo que se les helara la sangre en las venas a todos los jinetes, la criatura no era muy grande comparada con otros de su especie sin embargo al lado de los Sarcosanos era enorme, Sven estaba gritando ordenes pero nadie le escuchaba, Gamal ni siquiera se había levantado del suelo, estaba petrificado. El dragón bajó el cuello otra vez y exhaló una enorme llamarada que envolvió al grupo en el que estaban Sven y Gamal, los seis jinetes murieron en el acto, calcinados en el mismo sitio junto con sus caballos, los orcos del promontorio habían dejado de huir y rugían como posesos, parecían estar disfrutando del espectáculo, pero no eran los únicos que vitoreaban, detrás del dragón había dos docenas mas de orcos rugiendo, entre ellos había un legado, con las manos cruzadas sobre el pecho, contemplando la escena con una sonrisa, Bergaith jamás olvidaría esa cara.
La brutal muerte de sus compañeros hizo reaccionar a los jinetes restantes que emprendieron la huida hacia el bosque cabalgando lo mas rápido que podían mientras los orcos trotaban detrás de ellos perezosamente. Bergaith por un momento pensó que lo conseguirían, la cabeza del dragón asomó por encima del promontorio, y poco a poco, como si tuviera todo el tiempo del mundo, la criatura tomó impulso y emprendió el vuelo detrás de los jinetes, su vuelo era mucho mas rápido que los jinetes, no iban a lograrlo. Bergaith se puso a gritar a sus compañeros, que se abrieron en abanico, no podían salvarse todos pero al menos uno debía sobrevivir para avisar al resto del Shaleef, sino lo lograban esa criatura acabaría con todos los jinetes de la hermandad. El dragón les dio alcance y lanzo dos rápidas llamaradas que envolvieron a dos de los jinetes, luego su cuello serpenteó y sus enormes mandíbulas apresaron al que cabalgaba al lado de Bergaith, quien pudo escuchar claramente el sonido de los huesos al aplastarse mientras la sangre su compañero y su montura le salpicaban, sin embargo estaban llegando al bosque y el dragón tuvo que empezar a elevarse, lanzo una ultima llamarada a otro jinete y apresó al que quedaba con sus patas traseras mientras se elevaba para lanzarlo luego por el aire entre alaridos, justo cuando Bergaith pensaba que iba a lograrlo la enorme cola de la criatura le golpeó desde un lado, fue como si le golpeara una montaña, el cuerpo de Bergaith salió despedido por los aires mientras Styr se internaba corriendo en el bosque sin jinete, Bergaith reboto contra un árbol y aterrizó entre la maleza aunque para entonces ya estaba inconsciente...
jueves, 11 de octubre de 2007
Partida 3
Capítulo 3: Regreso a Agua Rápida (Ulf)
La desesperanza se extendió sobre el grupo. Para aquellos que habíamos vivido en Roca de Durgis, la muerte de Wooden, había supuesto un tremendo golpe. Nuestras esperanzas de vencer a la sombra, siempre habían sido forjadas alrededor del Dorith; era como los cimientos de nuestra causa, sin él, se tambaleasen.
Los cariacontecidos rostros de Dennyn y de Craudan, hablaban por si solos sobre la desesperación de haber perdido a Rhian, la avatar de la Reina Bruja, aquella a la que habían confiado su vida, y todo sea dicho, también su esperanza.
Dunk, que acababa de recibir la noticia de la muerte de su señor y de la definitiva caída de la fortaleza, temblaba de furia, pero fiel a sus raíces enanas, enseguida encontró otra causa en la que ser útil: al parecer, algunos supervivientes enanos (la mayor parte niños y mujeres) habían logrado escapar, y se dirigían al asentamiento de Veta de Plata. Así pues, con una mirada dura y un par de palabras de despedida, el enano ascendió la empinada ladera hasta perderse de vista.
Wendel propuso el único plan factible. Viajar con él, en su barco hacía Aguarrápida, lugar en el que encontraríamos a Gweala, la mujer de Dennyn, miembro activo de la resistencia en el lugar. Allí, podríamos reaprovisionarnos, trazar una ruta hasta Caradul, y obtener información sobre los movimientos de la Sombra en la zona. Con todo el mundo de acuerdo, subimos al barco y partimos río abajo. El viaje iba a durar tres días, tres días de inactividad total sobre la cubierta del estrecho bajel, durante los cuales, debíamos reposar y replantearnos la situación. Para mí el trayecto iba a suponer una tortura. Nuevas cicatrices surcaban mi cuerpo, curadas, sí, pero aun así, había vuelto a comprobar que aun no era un oponente digno para las fuerzas de Izrador. Mi hermana casi había muerto, golpeada brutalmente por un bestial orco, había visto como iba desangrándose ante mis ojos, y yo, postrado en el suelo, acorralado por los orcos, golpeado y maltrecho, casi había sucumbido con esa imagen grabada en mi retina. Si los dioses ya no escuchaban, no quería saber quien me había dado las fuerzas para levantarme y volver a golpear, una y otra vez, hasta lograr protegerla a ella y a mis otros compañeros.
Durante la tercera noche de travesía, la que debía ser la última, en una de las riberas vimos a dos niños de aspecto descuidado y famélico, pescando en medio de la oscuridad. Nuestro destino estaba cerca, por lo que desestimamos varar la barca para descubrir que ocurría.
Al aproximarnos al pueblo, surgieron de la oscuridad varios fogonazos, señales luminosas, que según Wendel pedían que nos acercamos. En efecto, al poco observamos a un pequeño halfling que, alterado, nos hacía aspavientos para que nos acercásemos a la orilla. Atento escuche lo que nos gritaba. Aguarrápida había sido ocupada por una gran guarnición de orcos, la escolta de un legado. Más buenas noticias, maldita sea!. Aún así tuvimos la suerte de que Wendel nos podía entrar escondidos en la zona. Nos acercamos a la puertas que atravesaba el río, donde se nos dio el alto. Todos estábamos escondidos bajo la carga que transportaba el barco, por lo que solo pudimos hacernos una idea aproximada de lo que ocurría. Sonido de pesadas pisadas atravesaron la cubierta, y unas voces autoritarias mandaron enseñar la carga. El “plop” de una botella descorchada paso desapercibido para todos, pero su contenido no. Un hedor a excremento se extendió por toda la cubierta, impregnando todo con su fetidez. Muy servicial, Wendel explicó que parte de la mercancía eran excrementos para usarse de abono, ante lo cual los centinelas desalojaron el barco y le permitieron el acceso a la urbe.
Una vez dentro se nos reunió a todos en el almacén de Wendel. Cansados y mareados por el hedor del barco, atravesamos el pueblo, antes bullicioso, y ahora temeroso de salir a la calle. Una vez reunidos se nos expuso lo sucedido. Se buscaba a unos viajeros elfos, mensajeros de la Reina Bruja, y a todos aquellos que les hubieran ayudado. Pero la resistencia poseía una información aún más importante, el legado residente en el pueblo había perdido a su astirax, que había desaparecido al notar una fuente mágica al norte.
Mientras, otro legado mucho más poderoso, conocido como Jael el Cazador, había estado rastreando la zona. Pesarosos tras todo lo pasado, y temerosos de lo que podría ocurrir en los días venideros, nos despedimos de nuestros anfitriones y nos dispusimos a dormir. A mitad de la noche, el sonido de pisadas por la sala me despertó. Encontré a Zeph y a Craudan cuchicheando al fondo del almacén, mientras mi hermana estudiaba su grimorio. Me acerqué para abroncarles por meter jaleo a esas horas, pero me replicaron que alguien había entrado en la habitación durante la noche, por un ventanuco. Obviamente no les creí. Mis agudizados sentidos me habrían despertado al momento. Debiluchos ereños acostumbrados a sus ciudades… Decían haber encontrado un paño bordado con no sé que inscripción… más tonterías. Volví a mi jergón y, mientras me dormía, ví como Dilara intentaba ayudar a los otros dos, hasta parecía dar credibilidad a lo del trozo de tela que le enseñaban… para qué nos iba a servir un pedazo de tela...
A la mañana siguiente los ánimos estaban más calmados. Decidimos dividirnos para estudiar le pueblo y discernir la mejor manera de ayudar a los presos y a los aterrorizados ciudadanos. Dilara y yo recorrimos las estrechas callejuelas, intentado conseguir información, pero todo resulto en vano. Los que no estaban demasiados asustados para hablar, despotricaban insensateces y patrañas. Cuando nos reunimos en el almacén, se relejó el fin de nuestras pesquisas. Al parecer Gweala había escapado, hacia un lugar usado por los contrabandistas del lugar para esconder material, la Cueva de la Lágrima Caída. Habían conseguido información sobre el lugar por medio de Lewelian, un bardo que actualmente residía en la localidad. Este último, había presenciado junto con el resto del grupo los abusos cometidos por un gigantesco orco, que a las órdenes de un legado le había propinado una brutal paliza al alcalde, consiguiendo al final que les revelaran el lugar de las cuevas. El bardo había intervenido para detener la brutal paliza, consiguiendo su objetivo, sí, pero solo para recibirla él instantes después.
Así pues había un grupo de la sombra, liderado por un legado en camino a la misma cueva a la que debíamos acudir nosotros, en la cual se escondía la mujer de Dennyn, Gweala. Cojonudo, esto prometía algo de acción. Tanto pasear por el pueblo y hablar de estupideces estaba empezando a aburrirme. Necesitaba aire, ejercicio, y porque no, una buena pelea. Por la descripción del orco apalizador de alcaldes, esta iba a serlo, sin duda.
Tras realizar las diversas y aburridas tareas de reunir suministros y pertrechos para el camino, que al parecer sería por alta montaña, despedirnos de las o menos importantes personalidades del pueblo y desearnos suerte, partimos en pos de la partida de caza del legado. Ellos habían tomado el camino conocido, un largo y serpenteante camino, fácil pero largo. En cambio nosotros, para no restar diversión al viaje y, de paso, ganar algo de tiempo, utilizamos la antigua senda que atravesaba la cordillera, el llamado Camino Alto. Empinada, peligrosa, salvaje y no muy usada, era un camino excelente para nuestro grupo, al menos para mí. Farallones verticales, precipicios, grietas que desembocaban en profundas simas como ejercicio matutino, mezclado con un estupendo día invernal, con un gélido aire tonificador. Esto es vida, sí señor, por un momento llegué a olvidar a Izrador y todo el sufrimiento que ha causado.
A mitad camino, tras casi haber perdido a Craudan en el intento de cruzar un acantilado, llegamos a un camino que se elevaba sobre la vía principal. Pudimos ver a la partida del legado, cuatro orcos con sus toscas espadas, un brutal y gigantesco orco de élite, cabecilla de estos, y al legado. Ni el aire de superioridad ni su marcial armadura parecían impresionar lo más mínimo al enorme orco, que discutía con violencia con él.
Dilara, conocedora de su idioma, se acerco reptando hasta el borde del risco para escuchar, y en el momento en que volvía, se paró con cara de sorpresa y miedo. Sobre la fronda a nuestras espaldas se oyó el graznido de un cuervo, tétrico y fantasmal. Mientras el rostro de la hechicera se tornaba pálido, todos giramos nuestras cabezas. Dos siluetas emergían poco a poco, con andares torpes y tropezando del linde del bosque. Una estaba siendo rodeada de cuervos, que volaban a su alrededor, congregándose en sus hombros. La otra, vestida con prendas de cuero semi podridas, se acercaba con su mirada clavada en nosotros. No eran muy grandes ni parecían ir armados, pero mi experiencia me avisó. Aquellos dos tipos eran peligrosos. El que iba vestido de cuero alzo una mano, de forma desdeñosa señalándonos, y tras él surgió una inmensa mole de carne podrida y pelaje correosa con la forma de un oso. El terror se adueño de mí. No podía pensar con claridad, maldita sea, no podía ni moverme, lo ví claro, era magia. Por el rabillo del ojo observe aterrado el estado del grupo. Todos temblaban, pálidos y con cara de locos. La única que se mantenía firme frente a los caídos era mi hermana. Que vieran esos debiluchos ereños, que observaran la grandeza de los dornios. Uno de los dos espectros putrefactos, el de los malditos cuervos, destelleó durante un segundo, para aparecer al instante con la mano engarfiada sobre el cuello de mi hermana. Intente rugir para liberarme del pánico, para fortalecer mi voluntad, pero fue en vano. Odio la magia.
- ¿Que hacéis en nuestro dominio humanos?- El sonido gutural surgió de una garganta muerta.
- Vamos a… ¡Ahhhh!- La presa se cerró más sobre su nívea garganta.
- En tres palabras escoria. ¿Qué hacéis aquí?
- Cueva Lagrimas Caídas-
Mi hermana se esforzaba por superar el pavor y por intentar contestar coherentemente. El muerto viviente abrió mucho los ojos al oír el nombre de la cueva. Gritó preguntando que sabíamos de la cueva, que queríamos hacer allí. Ella, cerca del ataque de pánico explicó una y otra vez que íbamos por una visión que había tenido... de que demonios estaba hablando? yo no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Que íbamos para proteger el nexo de poder de la amenaza de la sombra. Ante esas palabras el caído la soltó bruscamente. La furia se marcaba en su semblante deteriorado por los siglos. Tras cada palabra de mi hermana, explicándole lo del legado, el grupo que se dirigía a la cueva, el rostro se crispaba más. ¡Parecía que iba a estallar! El muy bastardo miro detenidamente a su acompañante, y ante un gesto de aquidiscencia de este, elevó los brazos, alzó la voz y una gigantesca bandada de cuervos los envolvió a los dos, haciéndolos desaparecer de nuestra vista.
Cuando los pajarracos se dispersaron, habían desaparecido ambos. Comenzamos a sobreponernos al miedo, mi hermana se derrumbó de rodillas por la tensión sufrida, estremecida.
Acudí junto a ella, mil preguntas y una enormeculpa por no haberla podido ayudar atormentaban mi mente. Se recuperó al beber un poco de agua y, mientras los demás comentaban lo sucedido, le pregunte que era eso de las visiones. Me habló largamente, sus ojos tristes fijos en mí. La noche que pasamos en el almacén de Wendell, explicó, tras haber terminado de estudiar los textos del grimorio, había caído presa de un profundo sopor. Algo mágico rodeaba el sueño, algo que le recordaba a Baitu, su maestra. En un momento del sueño se vio transportada a una cueva, por la que caminó, sumida en la oscuridad, pero segura del camino. Arribó a un estanque subterráneo, de aguas cristalinas, con una एनोर्म estalactita cayendo en medio del lago. Justo al entrar, oyó el sonido de una gota al caer en el agua, seguida de una risa juvenil. El sueño acabó bruscamente, con las primeras luces del día, momento en que yo la desperté.
Si eso era cosa de Baitu, maldita sea, podría haber sido más concisa. Dí por sentado que debía ser sobre la cueva a la que íbamos, era lo más sensato. Nos reunimos con los demás, para proseguir el camino. Ahora ya no tenía sentido ir lentamente, con sigilo. Zeph, durante la aparición de los que caídos, había observado como el grupo del legado se había percatado de nuestra presencia, ya fuese por la congregación de aves o por el sonido de la espantosa voz del aquel ser. Corrimos velozmente hacia la abertura que se distinguía a lo lejos, en la ladera de una montaña. El camino se alejó del seguido por el otro grupo, por lo que los perdimos de vista. Si tardábamos demasiado, ya habrían llegado, y no quería ni pensar de la escena que nos encontraríamos.
Cuando arribamos a la cueva, mas desesperanza. Cuatro figuras yacían inmóviles sobre el suelo. Cuatro halflings, heridos en la mente, ya que el cuerpo no presentaba ninguna marca o herida. Vi como Dennyn, mostrando el respeto debido a sus antiguos camaradas, los recogía uno a uno, para depositarlos con cuidado, los ojos cerrados por toda la eternidad, en una de las salas laterales; un entierro con honor, era lo más adecuado. El halfling no sólo había demostrado ser un gran combatiente, si no que además era honorable, que me convierta en legado si miento cuando digo que tiene mi respeto.
No pude evitar ver el suspiro de esperanza del mediano, su mujer no se hallaba entre los caídos. No había huellas de lucha, por lo que seguimos hacia el interior de la cueva. Mientras investigamos la siguiente cámara, Dilara se tensó de golpe, un estremecimiento recorriendo su cuerpo, y comenzó a caminar hacía la oscuridad de la profundidad de la cueva. Sabiendo todo lo referente a sus visiones, alerte al resto del grupo, prefiriendo que nos condujera al lugar que veía en sus sueños. Sin más luz que la de una antorcha, nos introdujimos profundamente en la hendidura de la montaña. Atravesamos pasillos silenciosos, donde las alimañazas escapaban de nosotros, siguiendo a una imperturbable Dilara.
Se detuvo ante un estrecho pasaje que se hundía en la madre tierra. La humedad regalimaba de las paredes, creando un ambiente calido y húmedo. Sin vacilación alguna, se introdujo por el pasillo, sus manos acariciando suavemente las rugosas paredes. No pude dejarla sola, y pese al regusto sobrenatural que impregnaba mi boca, fui a afrontar con ella lo que el destino nos deparaba. El resto, temerosos de la oscuridad y con la curiosidad picada, nos siguieron. Fue como encontrarse en otro lugar.
Una vez pude ver el final del pasillo, la tranquilidad me inundo. Un frescor vigorizante tonificó mis cansados músculos y, por los entrecortados suspiros de los demás, comprendí que algo mágico rondaba en el lugar, así que aquello no me hacía mucha gracia. El lago de los sueños de mi hermana estaba ante mis ojos. Una caverna natural de unos diez metro de diámetro, circular, con un estanque de brillante y fresca agua cristalina en el centro, coronado por una estalactita que señalaba el centro del lago, goteando en éste.
De pronto una risa infantil surgió de la penumbra. Dilara se sobresaltó y se sobrepuso del trance. Sobrecogedor. Dilara, hablando con voz calmada, invitó a la propietaria de la risa a salir, a mostrase, asegurando nuestra bondad. Ella se mostró y un ser de agua, con las proporciones de una niña, apareció ante nosotros. Habló de cosas que yo no comprendo, ciclos señalados por gotas de agua, sobre años de espera... lo que sí entendía era el peligro de ser encontrada por la Sombra. Nos habló de sus guardaespaldas, aquellos que nos encontramos en el camino de la montaña. Todos, embargados por una paz interior inexplicable nos sobresaltamos cuando dijo que nuestros enemigos estaban en las cercanías. La furia se apoderó de mí al comprender que por culpa del legado debía abandonar el revificante hormigueo que invadía mi cuerpo.
La situación era complicada. Si atacábamos al discípulo de Izrador el pueblo se estaría en problemas y, seguramente, sería arrasado. Se habían portado bien con nosotros, no se merecían eso. Por otra parte, si decidíamos huir dejando a la fata indefensa, el enemigo tomaría su poder volviéndose más poderoso, demasiado tal vez.
Mi hermana, con la típica terquedad Dornita, se mostraba inflexible, no tenía intrención de abandonar al mágico ser a su suerte, y cuando todos los demás tratamos de convencerla se ofendió profundamente. Ví el dolor y la petición de ayuda en sus ojos al mirarme. Debe aprender, no siempre estaré a su lado protegiéndola.
Tras discutir, tomamos la única decisión posible. El túnel de acceso a la cámara de la ondina debía ser bloqueado. Comenzamos el trabajo: picamos, golpeamos, horadamos la dura roca para protegerla. El túnel comenzó a ceder y finalmente se desprendió, con los ojos del mágico ser clavados en los nuestros.
Se acercaban, podíamos oírlos. La oscuridad se alió con nosotros ofreciéndonos cobijo de nuestros perseguidores. Reniegos y pisadas se oían por toda la caverna. Tres siluetas se perfilaban en la oscuridad: el legado, con sus negras ropas y una armadura de metal oscuro, seguido por el imponente orco y otro de un tamaño menor. Comienzaron a rebuscar por la zona. El humano entonó letanías de odio y aflicción, observando atentamente el lugar. En el momento en que enfocó el túnel derruido, lanzó un gemido de dolor y se llevó las manos a cubrirse los ojos.
-Apartad esas rocas! Ahora!- ordenó a los orcos, y estos comenzaron a desbloquear el túnel mientras el sacerdote oscuro se relamía y miraba triunfante el descubrimiento. Maldita magia.
-No podemos permitir que la encuentren...- gimió mi pequeña hermana, y entonces Dennyn saltó sobre el legado, golpeándolo con ambos puños la cabeza. Mientras aterriza con una voltereta, el humano cayó golpeando la pared y después el suelo, aturdido. Craudan, silencioso como una araña se liberó del sudario oscuro que lo envolvía en las sobras y clavó repetidamente las dagas en la espalda del soldado orco. -Me toca!- pensé el grande es para mí, era una cuestión de orgullo y honor, algo de lo que los dornitas podíamos enseñar a las demás razas. Dilara ya estaba en pleno sortilegio, y el montaraz asía fuertemente las urutuk gemelas que le había dado Wooden.
Así que era el momento, Rugí un grito de batalla familiar pidiendo protección y guía a mis ancestros y me abalancé sobre el brutal orco. Canalicé todas mis fuerzas a través del mango del hacha. La sientía en mis manos, agradecí el silbido que emitía al oírla cortar el aire, y cuando veinte centímetros de brillante hoja metálica se incrustaron en el pecho del orco, emití un grito de triunfo, devictoria. Ese golpe habría tumbado un caballo sarcosano!. Sin embargo, el brutal orco de élite no cayó. Se recobró apenas al instante del impacto, y comienzó a atacar con los puños. Craudan esquivaba una y otra vez la espada de su oponente, clavando ocasionalmente sus dagas en la carne del otro. La caverna se alumbraba esporádicamente con brillantes deflagraciones que surgen de las manos de mi hermana. Dennyn se cebaba brutalmente con el caído legado, que poco a poco recobraba el conocimiento. Las cantaban urutuck con su sonido silbante el ritmo del combate, contrastado por los mugidos de dolor de un oponente al ser herido.
Pero el orco no caía. Me golpeaba una y otra vez y, con cada golpe, no podía si no retroceder. Sentí mi hombro desgarrarse. Reuniendo fuerzas contracargué hundiendo profundamente la placa pectoral del orco. Por primera vez retrocedió. Mientras, Craudan y Zeph dieron buena cuenta del otro, acercándose por la espalda a mi fiero enemigo.
De nuevo, tal y como había sucedido en Roca de Durgis, demuestré no ser aún lo suficientemente fuerte, las fuerzas me abandonaban. Son muchos los golpes que había recibido y el maldito orco no parecía resentirse.
Finalmente, a pesar de los ataques de Dennyn el legado se alzó. Fulminando con la mirada al halfling y, alzando su mano sobre él y un fuego oscuro surgió de su palma. Dennyn gritó de dolor, un grito tan intenso que sofocó el ruido del combate. El dolor debía ser indescriptible para que el pequeño defensor gritase. Por los dioses que ya no escuchan, no podía hacer nada. Sin embargo Dilara pareció leer mis pensamientos, y acudió corriendo al lado del mediano, golpeando con fiereza al humano con su báculo. Mientras, el legado, invocó el poder de Izrador, y las heridas del descomunal orco comenzaron a cerrarse. Maldición, necesitaba ayuda, ni yo podía mantenerlo a raya mucho tiempo más.
Hacía rato que había desistido en mi intención de acabar con él yo solo. El combate había sucumbido en un ir retrocediendo he intentar bloquear y resistir los golpes. Entonces me jugué el todo por el todo y lancé el que se podría haber sido mi último ataque. -O acabo con el o muero- pensé.
Sin embargo ese orco no sólo era más fuerte, más resistente e iba mejor armado que yó, sino que también tenía más experiencia en combate. Se percató de mi movimiento, retrocedió y esquivó fácilmente mi poderoso golpe -demasiado pronto, me he precipitado y me faltan fuerzas para redirigir el golpe- lamenté., mi hacha golpeó la piedra y lo siguiente que sentí fue estallar mi pecho con el tremendo contragolpe que recibí y me envió contra al otro lado de la estancia.
Al ver la escena Craudan adoptó un semblante de incredulidad que se tornó terror cuando vió que la mole de carne y acero se encaraba con él y era su único adversario. El pícaro combatió con valor, sin embargo tras encajar el orco el ataque del, a su lado, diminuto humano, le asestó un brutal ataque que impactó en pleno plexo solar del ladrón. Tras aterrizar en el suelo y ver la antianatómica postura en la que había caído Craudan, lo supe, Craudan estaba roto, había muerto.
Rují de rabia, grité de dolor, reuní todas mis fuerzas para intentar levantarme apoyándome en el hasta del hacha, todo inútil, no me quedan fuerzas y también estoy demasiado roto.
Sin embargo, un halo de esperanza, un líquido refrescante regalimaba de las paredes empapándome mientras una risa infantil se escurría por las grietas del túnel derruido.
Calambres de energía recorrieron mi cuerpo y me impulsaron a seguir. Me levanté lentamente, sopesando mis nuevas fuerzas. Sujetando con firmeza el arma, la levanté mientras buscaba la mirada del orco. Sorpresa en un rostro surcado de cicatrices – te creías duro bastardo? Eso es que nunca habías luchado con un dornita!. Sorprendido? Tarde imbécil, ahora me toca a mí-. Me abalancé sobre él, y proyecto el filo de mi arma hacia su pecho. El golpe atravesó el pectoral, corriendo sobre su carne, cercenando músculos y tendones con limpieza. El regocijo hizo que tirase del arma y, tras oír el consiguiente sonido de succión, volví a arremeter. Finalmente el bestial orco cayó, desplomándose como un gran árbol acabado de talar.
Cuando recobré la conciencia de lo que me rodeaba ví el cariacontecido rostro de mi hermana que me miraba señalando hacia un bulto enroscado en una pared. Era Craudan. Aunque Dennyn estaba haciendo lo imposible por recuperarlo fue imposible. Estaba desmadejado como una muñeca rota. Suspiros en la oscuridad.
La fata nos impulsó a liberar la entrada de nuevo. Al verla todo el esfuerzo anterior quedó diluido en la calida sensación que provoca. Habló mostrándonos su agradecimiento y nos transmitió su pena por la muerte de nuestro compañero. Se sentía en deuda con nosotros, por lo que alzó hacia mi un pequeño objeto. Era un cuenco, con una plateada gota de agua en ella. Aquello nos permitiría invocarla por medio del agua mágica que contenía el cuenco si adivinábamos su nombre, y entonces nos recitó una poesía que no era si no una adivinanza, Zeph sonreía, acaso ya sabía la respuesta?
Era hora de partir, hora de irnos, acudir al pueblo, contar todo lo ocurrido y advertirlos del peligro.
El viaje fue largo, el camino mas sencillo que el anterior, pero con la pena de perdida de Craudan viajamos es silencio, cada vez que tomábamos un camino perdíamos a alguien.
Cuando llegamos a Aguarápida, exhaustos y agotados Wendell nos esperaba en el almacén, impaciente por saber lo ocurrido. Lewelian apareció con el alcalde, y se muestraron asustados al saber todo lo acontecido en la cueva. Necesitábamos descansar, reposar, recuperar fuerzas. Yo había sido bendecido por la ondina pero el resto estaba rendido.
Lewelian mencionó la aparición de un caballero sarcosano, encontrado a la deriva en el Eren। Nos dijo que lo tenían en una casa vigilada. Así que decidimos encontramos con él antes de descansar. y Dilara con calidas palabras le insta a informarnos de su historia. He sido atacado, dice con muecas de dolor, mis hombres, un dragón. -¿Dónde esta mi caballo? ¡Mi caballo!- Desvariaba. En la habitación había una jóven semielfa, hija de Lewelian... -Esa si que debe ser una buena historia, jajaja!!!!- pensé. Nada podíamos hacer por él ahora, así que nos retiramos al almacén para descansar.
Con las primeras luces, Neliel, hija de Lewelian, nos despertó a todos con gritos de miedo। Nos instó a seguirla, y corremos tras ella temiendo lo peor. Salimos por la puerta, y el poco sol que atravesaba la densa capa de nubes que siempre recubría Ayrith golpeó nuestros adormecidos ojos, que poco a poco fueron haciéndose una idea de la situación. Columnas de humo se elevaban en el pueblo, casas en llamas, cadáveres, patrullas orcas destrozándolo todo a su paso, y frente al almacén, un oscuro legado, a cuyos pies se hallaba la semielfa, sobre una infernal montura equina, y rodeado por dos lobos gigantes de pútridas pelambres, nos observaba rodeado de orcos.
Sonrió al vernos, y acercándose dijo con una voz de muerte. -¿Quién es vuestro líder?- al no obtener respuesta se puso nervioso, y eso no es bueno, ese legado parecía más animal que hombre y un animal nervioso es siempre muy peligroso. Al final mi hermana dió un paso al frente, y le sostuvo la mirada – que bien hermanita, otra vez tendré que jugarme el pellejo por ti? No estaré siempre ahí, lo saber, verdad?-.
El dialogo se hizo tenso, y al erizarseme los pelos de la nuca, sentí lo peligroso de la situación, sabía quienes éramos y que hacemos aquí; al final exigió que le entregásemos el estuche que yo portaba. Al final mi hermana cedió ante tan terrible presencia. Se acercço hacia mí y me pidió que le entregase la última voluntad del gran y valiente Wooden. Si sólo hubiese estado en juego mi vida me hubiese enfrentado al legado, pero otros dependían de mi decisión, así que al final se lo entregué. El legado, cuyo nombre ya conocía, Jael el Cazador, tomó el estuche de mis manos, lo observó con curiosidad y complacencia y se alejó de nosotros asaeteando nuestros oídos con una infernal risa. Una sola palabra surgió de sus labios: ¡MATADLOS!
La desesperanza se extendió sobre el grupo. Para aquellos que habíamos vivido en Roca de Durgis, la muerte de Wooden, había supuesto un tremendo golpe. Nuestras esperanzas de vencer a la sombra, siempre habían sido forjadas alrededor del Dorith; era como los cimientos de nuestra causa, sin él, se tambaleasen.
Los cariacontecidos rostros de Dennyn y de Craudan, hablaban por si solos sobre la desesperación de haber perdido a Rhian, la avatar de la Reina Bruja, aquella a la que habían confiado su vida, y todo sea dicho, también su esperanza.
Dunk, que acababa de recibir la noticia de la muerte de su señor y de la definitiva caída de la fortaleza, temblaba de furia, pero fiel a sus raíces enanas, enseguida encontró otra causa en la que ser útil: al parecer, algunos supervivientes enanos (la mayor parte niños y mujeres) habían logrado escapar, y se dirigían al asentamiento de Veta de Plata. Así pues, con una mirada dura y un par de palabras de despedida, el enano ascendió la empinada ladera hasta perderse de vista.
Wendel propuso el único plan factible. Viajar con él, en su barco hacía Aguarrápida, lugar en el que encontraríamos a Gweala, la mujer de Dennyn, miembro activo de la resistencia en el lugar. Allí, podríamos reaprovisionarnos, trazar una ruta hasta Caradul, y obtener información sobre los movimientos de la Sombra en la zona. Con todo el mundo de acuerdo, subimos al barco y partimos río abajo. El viaje iba a durar tres días, tres días de inactividad total sobre la cubierta del estrecho bajel, durante los cuales, debíamos reposar y replantearnos la situación. Para mí el trayecto iba a suponer una tortura. Nuevas cicatrices surcaban mi cuerpo, curadas, sí, pero aun así, había vuelto a comprobar que aun no era un oponente digno para las fuerzas de Izrador. Mi hermana casi había muerto, golpeada brutalmente por un bestial orco, había visto como iba desangrándose ante mis ojos, y yo, postrado en el suelo, acorralado por los orcos, golpeado y maltrecho, casi había sucumbido con esa imagen grabada en mi retina. Si los dioses ya no escuchaban, no quería saber quien me había dado las fuerzas para levantarme y volver a golpear, una y otra vez, hasta lograr protegerla a ella y a mis otros compañeros.
Durante la tercera noche de travesía, la que debía ser la última, en una de las riberas vimos a dos niños de aspecto descuidado y famélico, pescando en medio de la oscuridad. Nuestro destino estaba cerca, por lo que desestimamos varar la barca para descubrir que ocurría.
Al aproximarnos al pueblo, surgieron de la oscuridad varios fogonazos, señales luminosas, que según Wendel pedían que nos acercamos. En efecto, al poco observamos a un pequeño halfling que, alterado, nos hacía aspavientos para que nos acercásemos a la orilla. Atento escuche lo que nos gritaba. Aguarrápida había sido ocupada por una gran guarnición de orcos, la escolta de un legado. Más buenas noticias, maldita sea!. Aún así tuvimos la suerte de que Wendel nos podía entrar escondidos en la zona. Nos acercamos a la puertas que atravesaba el río, donde se nos dio el alto. Todos estábamos escondidos bajo la carga que transportaba el barco, por lo que solo pudimos hacernos una idea aproximada de lo que ocurría. Sonido de pesadas pisadas atravesaron la cubierta, y unas voces autoritarias mandaron enseñar la carga. El “plop” de una botella descorchada paso desapercibido para todos, pero su contenido no. Un hedor a excremento se extendió por toda la cubierta, impregnando todo con su fetidez. Muy servicial, Wendel explicó que parte de la mercancía eran excrementos para usarse de abono, ante lo cual los centinelas desalojaron el barco y le permitieron el acceso a la urbe.
Una vez dentro se nos reunió a todos en el almacén de Wendel. Cansados y mareados por el hedor del barco, atravesamos el pueblo, antes bullicioso, y ahora temeroso de salir a la calle. Una vez reunidos se nos expuso lo sucedido. Se buscaba a unos viajeros elfos, mensajeros de la Reina Bruja, y a todos aquellos que les hubieran ayudado. Pero la resistencia poseía una información aún más importante, el legado residente en el pueblo había perdido a su astirax, que había desaparecido al notar una fuente mágica al norte.
Mientras, otro legado mucho más poderoso, conocido como Jael el Cazador, había estado rastreando la zona. Pesarosos tras todo lo pasado, y temerosos de lo que podría ocurrir en los días venideros, nos despedimos de nuestros anfitriones y nos dispusimos a dormir. A mitad de la noche, el sonido de pisadas por la sala me despertó. Encontré a Zeph y a Craudan cuchicheando al fondo del almacén, mientras mi hermana estudiaba su grimorio. Me acerqué para abroncarles por meter jaleo a esas horas, pero me replicaron que alguien había entrado en la habitación durante la noche, por un ventanuco. Obviamente no les creí. Mis agudizados sentidos me habrían despertado al momento. Debiluchos ereños acostumbrados a sus ciudades… Decían haber encontrado un paño bordado con no sé que inscripción… más tonterías. Volví a mi jergón y, mientras me dormía, ví como Dilara intentaba ayudar a los otros dos, hasta parecía dar credibilidad a lo del trozo de tela que le enseñaban… para qué nos iba a servir un pedazo de tela...
A la mañana siguiente los ánimos estaban más calmados. Decidimos dividirnos para estudiar le pueblo y discernir la mejor manera de ayudar a los presos y a los aterrorizados ciudadanos. Dilara y yo recorrimos las estrechas callejuelas, intentado conseguir información, pero todo resulto en vano. Los que no estaban demasiados asustados para hablar, despotricaban insensateces y patrañas. Cuando nos reunimos en el almacén, se relejó el fin de nuestras pesquisas. Al parecer Gweala había escapado, hacia un lugar usado por los contrabandistas del lugar para esconder material, la Cueva de la Lágrima Caída. Habían conseguido información sobre el lugar por medio de Lewelian, un bardo que actualmente residía en la localidad. Este último, había presenciado junto con el resto del grupo los abusos cometidos por un gigantesco orco, que a las órdenes de un legado le había propinado una brutal paliza al alcalde, consiguiendo al final que les revelaran el lugar de las cuevas. El bardo había intervenido para detener la brutal paliza, consiguiendo su objetivo, sí, pero solo para recibirla él instantes después.
Así pues había un grupo de la sombra, liderado por un legado en camino a la misma cueva a la que debíamos acudir nosotros, en la cual se escondía la mujer de Dennyn, Gweala. Cojonudo, esto prometía algo de acción. Tanto pasear por el pueblo y hablar de estupideces estaba empezando a aburrirme. Necesitaba aire, ejercicio, y porque no, una buena pelea. Por la descripción del orco apalizador de alcaldes, esta iba a serlo, sin duda.
Tras realizar las diversas y aburridas tareas de reunir suministros y pertrechos para el camino, que al parecer sería por alta montaña, despedirnos de las o menos importantes personalidades del pueblo y desearnos suerte, partimos en pos de la partida de caza del legado. Ellos habían tomado el camino conocido, un largo y serpenteante camino, fácil pero largo. En cambio nosotros, para no restar diversión al viaje y, de paso, ganar algo de tiempo, utilizamos la antigua senda que atravesaba la cordillera, el llamado Camino Alto. Empinada, peligrosa, salvaje y no muy usada, era un camino excelente para nuestro grupo, al menos para mí. Farallones verticales, precipicios, grietas que desembocaban en profundas simas como ejercicio matutino, mezclado con un estupendo día invernal, con un gélido aire tonificador. Esto es vida, sí señor, por un momento llegué a olvidar a Izrador y todo el sufrimiento que ha causado.
A mitad camino, tras casi haber perdido a Craudan en el intento de cruzar un acantilado, llegamos a un camino que se elevaba sobre la vía principal. Pudimos ver a la partida del legado, cuatro orcos con sus toscas espadas, un brutal y gigantesco orco de élite, cabecilla de estos, y al legado. Ni el aire de superioridad ni su marcial armadura parecían impresionar lo más mínimo al enorme orco, que discutía con violencia con él.
Dilara, conocedora de su idioma, se acerco reptando hasta el borde del risco para escuchar, y en el momento en que volvía, se paró con cara de sorpresa y miedo. Sobre la fronda a nuestras espaldas se oyó el graznido de un cuervo, tétrico y fantasmal. Mientras el rostro de la hechicera se tornaba pálido, todos giramos nuestras cabezas. Dos siluetas emergían poco a poco, con andares torpes y tropezando del linde del bosque. Una estaba siendo rodeada de cuervos, que volaban a su alrededor, congregándose en sus hombros. La otra, vestida con prendas de cuero semi podridas, se acercaba con su mirada clavada en nosotros. No eran muy grandes ni parecían ir armados, pero mi experiencia me avisó. Aquellos dos tipos eran peligrosos. El que iba vestido de cuero alzo una mano, de forma desdeñosa señalándonos, y tras él surgió una inmensa mole de carne podrida y pelaje correosa con la forma de un oso. El terror se adueño de mí. No podía pensar con claridad, maldita sea, no podía ni moverme, lo ví claro, era magia. Por el rabillo del ojo observe aterrado el estado del grupo. Todos temblaban, pálidos y con cara de locos. La única que se mantenía firme frente a los caídos era mi hermana. Que vieran esos debiluchos ereños, que observaran la grandeza de los dornios. Uno de los dos espectros putrefactos, el de los malditos cuervos, destelleó durante un segundo, para aparecer al instante con la mano engarfiada sobre el cuello de mi hermana. Intente rugir para liberarme del pánico, para fortalecer mi voluntad, pero fue en vano. Odio la magia.
- ¿Que hacéis en nuestro dominio humanos?- El sonido gutural surgió de una garganta muerta.
- Vamos a… ¡Ahhhh!- La presa se cerró más sobre su nívea garganta.
- En tres palabras escoria. ¿Qué hacéis aquí?
- Cueva Lagrimas Caídas-
Mi hermana se esforzaba por superar el pavor y por intentar contestar coherentemente. El muerto viviente abrió mucho los ojos al oír el nombre de la cueva. Gritó preguntando que sabíamos de la cueva, que queríamos hacer allí. Ella, cerca del ataque de pánico explicó una y otra vez que íbamos por una visión que había tenido... de que demonios estaba hablando? yo no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Que íbamos para proteger el nexo de poder de la amenaza de la sombra. Ante esas palabras el caído la soltó bruscamente. La furia se marcaba en su semblante deteriorado por los siglos. Tras cada palabra de mi hermana, explicándole lo del legado, el grupo que se dirigía a la cueva, el rostro se crispaba más. ¡Parecía que iba a estallar! El muy bastardo miro detenidamente a su acompañante, y ante un gesto de aquidiscencia de este, elevó los brazos, alzó la voz y una gigantesca bandada de cuervos los envolvió a los dos, haciéndolos desaparecer de nuestra vista.
Cuando los pajarracos se dispersaron, habían desaparecido ambos. Comenzamos a sobreponernos al miedo, mi hermana se derrumbó de rodillas por la tensión sufrida, estremecida.
Acudí junto a ella, mil preguntas y una enormeculpa por no haberla podido ayudar atormentaban mi mente. Se recuperó al beber un poco de agua y, mientras los demás comentaban lo sucedido, le pregunte que era eso de las visiones. Me habló largamente, sus ojos tristes fijos en mí. La noche que pasamos en el almacén de Wendell, explicó, tras haber terminado de estudiar los textos del grimorio, había caído presa de un profundo sopor. Algo mágico rodeaba el sueño, algo que le recordaba a Baitu, su maestra. En un momento del sueño se vio transportada a una cueva, por la que caminó, sumida en la oscuridad, pero segura del camino. Arribó a un estanque subterráneo, de aguas cristalinas, con una एनोर्म estalactita cayendo en medio del lago. Justo al entrar, oyó el sonido de una gota al caer en el agua, seguida de una risa juvenil. El sueño acabó bruscamente, con las primeras luces del día, momento en que yo la desperté.
Si eso era cosa de Baitu, maldita sea, podría haber sido más concisa. Dí por sentado que debía ser sobre la cueva a la que íbamos, era lo más sensato. Nos reunimos con los demás, para proseguir el camino. Ahora ya no tenía sentido ir lentamente, con sigilo. Zeph, durante la aparición de los que caídos, había observado como el grupo del legado se había percatado de nuestra presencia, ya fuese por la congregación de aves o por el sonido de la espantosa voz del aquel ser. Corrimos velozmente hacia la abertura que se distinguía a lo lejos, en la ladera de una montaña. El camino se alejó del seguido por el otro grupo, por lo que los perdimos de vista. Si tardábamos demasiado, ya habrían llegado, y no quería ni pensar de la escena que nos encontraríamos.
Cuando arribamos a la cueva, mas desesperanza. Cuatro figuras yacían inmóviles sobre el suelo. Cuatro halflings, heridos en la mente, ya que el cuerpo no presentaba ninguna marca o herida. Vi como Dennyn, mostrando el respeto debido a sus antiguos camaradas, los recogía uno a uno, para depositarlos con cuidado, los ojos cerrados por toda la eternidad, en una de las salas laterales; un entierro con honor, era lo más adecuado. El halfling no sólo había demostrado ser un gran combatiente, si no que además era honorable, que me convierta en legado si miento cuando digo que tiene mi respeto.
No pude evitar ver el suspiro de esperanza del mediano, su mujer no se hallaba entre los caídos. No había huellas de lucha, por lo que seguimos hacia el interior de la cueva. Mientras investigamos la siguiente cámara, Dilara se tensó de golpe, un estremecimiento recorriendo su cuerpo, y comenzó a caminar hacía la oscuridad de la profundidad de la cueva. Sabiendo todo lo referente a sus visiones, alerte al resto del grupo, prefiriendo que nos condujera al lugar que veía en sus sueños. Sin más luz que la de una antorcha, nos introdujimos profundamente en la hendidura de la montaña. Atravesamos pasillos silenciosos, donde las alimañazas escapaban de nosotros, siguiendo a una imperturbable Dilara.
Se detuvo ante un estrecho pasaje que se hundía en la madre tierra. La humedad regalimaba de las paredes, creando un ambiente calido y húmedo. Sin vacilación alguna, se introdujo por el pasillo, sus manos acariciando suavemente las rugosas paredes. No pude dejarla sola, y pese al regusto sobrenatural que impregnaba mi boca, fui a afrontar con ella lo que el destino nos deparaba. El resto, temerosos de la oscuridad y con la curiosidad picada, nos siguieron. Fue como encontrarse en otro lugar.
Una vez pude ver el final del pasillo, la tranquilidad me inundo. Un frescor vigorizante tonificó mis cansados músculos y, por los entrecortados suspiros de los demás, comprendí que algo mágico rondaba en el lugar, así que aquello no me hacía mucha gracia. El lago de los sueños de mi hermana estaba ante mis ojos. Una caverna natural de unos diez metro de diámetro, circular, con un estanque de brillante y fresca agua cristalina en el centro, coronado por una estalactita que señalaba el centro del lago, goteando en éste.
De pronto una risa infantil surgió de la penumbra. Dilara se sobresaltó y se sobrepuso del trance. Sobrecogedor. Dilara, hablando con voz calmada, invitó a la propietaria de la risa a salir, a mostrase, asegurando nuestra bondad. Ella se mostró y un ser de agua, con las proporciones de una niña, apareció ante nosotros. Habló de cosas que yo no comprendo, ciclos señalados por gotas de agua, sobre años de espera... lo que sí entendía era el peligro de ser encontrada por la Sombra. Nos habló de sus guardaespaldas, aquellos que nos encontramos en el camino de la montaña. Todos, embargados por una paz interior inexplicable nos sobresaltamos cuando dijo que nuestros enemigos estaban en las cercanías. La furia se apoderó de mí al comprender que por culpa del legado debía abandonar el revificante hormigueo que invadía mi cuerpo.
La situación era complicada. Si atacábamos al discípulo de Izrador el pueblo se estaría en problemas y, seguramente, sería arrasado. Se habían portado bien con nosotros, no se merecían eso. Por otra parte, si decidíamos huir dejando a la fata indefensa, el enemigo tomaría su poder volviéndose más poderoso, demasiado tal vez.
Mi hermana, con la típica terquedad Dornita, se mostraba inflexible, no tenía intrención de abandonar al mágico ser a su suerte, y cuando todos los demás tratamos de convencerla se ofendió profundamente. Ví el dolor y la petición de ayuda en sus ojos al mirarme. Debe aprender, no siempre estaré a su lado protegiéndola.
Tras discutir, tomamos la única decisión posible. El túnel de acceso a la cámara de la ondina debía ser bloqueado. Comenzamos el trabajo: picamos, golpeamos, horadamos la dura roca para protegerla. El túnel comenzó a ceder y finalmente se desprendió, con los ojos del mágico ser clavados en los nuestros.
Se acercaban, podíamos oírlos. La oscuridad se alió con nosotros ofreciéndonos cobijo de nuestros perseguidores. Reniegos y pisadas se oían por toda la caverna. Tres siluetas se perfilaban en la oscuridad: el legado, con sus negras ropas y una armadura de metal oscuro, seguido por el imponente orco y otro de un tamaño menor. Comienzaron a rebuscar por la zona. El humano entonó letanías de odio y aflicción, observando atentamente el lugar. En el momento en que enfocó el túnel derruido, lanzó un gemido de dolor y se llevó las manos a cubrirse los ojos.
-Apartad esas rocas! Ahora!- ordenó a los orcos, y estos comenzaron a desbloquear el túnel mientras el sacerdote oscuro se relamía y miraba triunfante el descubrimiento. Maldita magia.
-No podemos permitir que la encuentren...- gimió mi pequeña hermana, y entonces Dennyn saltó sobre el legado, golpeándolo con ambos puños la cabeza. Mientras aterriza con una voltereta, el humano cayó golpeando la pared y después el suelo, aturdido. Craudan, silencioso como una araña se liberó del sudario oscuro que lo envolvía en las sobras y clavó repetidamente las dagas en la espalda del soldado orco. -Me toca!- pensé el grande es para mí, era una cuestión de orgullo y honor, algo de lo que los dornitas podíamos enseñar a las demás razas. Dilara ya estaba en pleno sortilegio, y el montaraz asía fuertemente las urutuk gemelas que le había dado Wooden.
Así que era el momento, Rugí un grito de batalla familiar pidiendo protección y guía a mis ancestros y me abalancé sobre el brutal orco. Canalicé todas mis fuerzas a través del mango del hacha. La sientía en mis manos, agradecí el silbido que emitía al oírla cortar el aire, y cuando veinte centímetros de brillante hoja metálica se incrustaron en el pecho del orco, emití un grito de triunfo, devictoria. Ese golpe habría tumbado un caballo sarcosano!. Sin embargo, el brutal orco de élite no cayó. Se recobró apenas al instante del impacto, y comienzó a atacar con los puños. Craudan esquivaba una y otra vez la espada de su oponente, clavando ocasionalmente sus dagas en la carne del otro. La caverna se alumbraba esporádicamente con brillantes deflagraciones que surgen de las manos de mi hermana. Dennyn se cebaba brutalmente con el caído legado, que poco a poco recobraba el conocimiento. Las cantaban urutuck con su sonido silbante el ritmo del combate, contrastado por los mugidos de dolor de un oponente al ser herido.
Pero el orco no caía. Me golpeaba una y otra vez y, con cada golpe, no podía si no retroceder. Sentí mi hombro desgarrarse. Reuniendo fuerzas contracargué hundiendo profundamente la placa pectoral del orco. Por primera vez retrocedió. Mientras, Craudan y Zeph dieron buena cuenta del otro, acercándose por la espalda a mi fiero enemigo.
De nuevo, tal y como había sucedido en Roca de Durgis, demuestré no ser aún lo suficientemente fuerte, las fuerzas me abandonaban. Son muchos los golpes que había recibido y el maldito orco no parecía resentirse.
Finalmente, a pesar de los ataques de Dennyn el legado se alzó. Fulminando con la mirada al halfling y, alzando su mano sobre él y un fuego oscuro surgió de su palma. Dennyn gritó de dolor, un grito tan intenso que sofocó el ruido del combate. El dolor debía ser indescriptible para que el pequeño defensor gritase. Por los dioses que ya no escuchan, no podía hacer nada. Sin embargo Dilara pareció leer mis pensamientos, y acudió corriendo al lado del mediano, golpeando con fiereza al humano con su báculo. Mientras, el legado, invocó el poder de Izrador, y las heridas del descomunal orco comenzaron a cerrarse. Maldición, necesitaba ayuda, ni yo podía mantenerlo a raya mucho tiempo más.
Hacía rato que había desistido en mi intención de acabar con él yo solo. El combate había sucumbido en un ir retrocediendo he intentar bloquear y resistir los golpes. Entonces me jugué el todo por el todo y lancé el que se podría haber sido mi último ataque. -O acabo con el o muero- pensé.
Sin embargo ese orco no sólo era más fuerte, más resistente e iba mejor armado que yó, sino que también tenía más experiencia en combate. Se percató de mi movimiento, retrocedió y esquivó fácilmente mi poderoso golpe -demasiado pronto, me he precipitado y me faltan fuerzas para redirigir el golpe- lamenté., mi hacha golpeó la piedra y lo siguiente que sentí fue estallar mi pecho con el tremendo contragolpe que recibí y me envió contra al otro lado de la estancia.
Al ver la escena Craudan adoptó un semblante de incredulidad que se tornó terror cuando vió que la mole de carne y acero se encaraba con él y era su único adversario. El pícaro combatió con valor, sin embargo tras encajar el orco el ataque del, a su lado, diminuto humano, le asestó un brutal ataque que impactó en pleno plexo solar del ladrón. Tras aterrizar en el suelo y ver la antianatómica postura en la que había caído Craudan, lo supe, Craudan estaba roto, había muerto.
Rují de rabia, grité de dolor, reuní todas mis fuerzas para intentar levantarme apoyándome en el hasta del hacha, todo inútil, no me quedan fuerzas y también estoy demasiado roto.
Sin embargo, un halo de esperanza, un líquido refrescante regalimaba de las paredes empapándome mientras una risa infantil se escurría por las grietas del túnel derruido.
Calambres de energía recorrieron mi cuerpo y me impulsaron a seguir. Me levanté lentamente, sopesando mis nuevas fuerzas. Sujetando con firmeza el arma, la levanté mientras buscaba la mirada del orco. Sorpresa en un rostro surcado de cicatrices – te creías duro bastardo? Eso es que nunca habías luchado con un dornita!. Sorprendido? Tarde imbécil, ahora me toca a mí-. Me abalancé sobre él, y proyecto el filo de mi arma hacia su pecho. El golpe atravesó el pectoral, corriendo sobre su carne, cercenando músculos y tendones con limpieza. El regocijo hizo que tirase del arma y, tras oír el consiguiente sonido de succión, volví a arremeter. Finalmente el bestial orco cayó, desplomándose como un gran árbol acabado de talar.
Cuando recobré la conciencia de lo que me rodeaba ví el cariacontecido rostro de mi hermana que me miraba señalando hacia un bulto enroscado en una pared. Era Craudan. Aunque Dennyn estaba haciendo lo imposible por recuperarlo fue imposible. Estaba desmadejado como una muñeca rota. Suspiros en la oscuridad.
La fata nos impulsó a liberar la entrada de nuevo. Al verla todo el esfuerzo anterior quedó diluido en la calida sensación que provoca. Habló mostrándonos su agradecimiento y nos transmitió su pena por la muerte de nuestro compañero. Se sentía en deuda con nosotros, por lo que alzó hacia mi un pequeño objeto. Era un cuenco, con una plateada gota de agua en ella. Aquello nos permitiría invocarla por medio del agua mágica que contenía el cuenco si adivinábamos su nombre, y entonces nos recitó una poesía que no era si no una adivinanza, Zeph sonreía, acaso ya sabía la respuesta?
Era hora de partir, hora de irnos, acudir al pueblo, contar todo lo ocurrido y advertirlos del peligro.
El viaje fue largo, el camino mas sencillo que el anterior, pero con la pena de perdida de Craudan viajamos es silencio, cada vez que tomábamos un camino perdíamos a alguien.
Cuando llegamos a Aguarápida, exhaustos y agotados Wendell nos esperaba en el almacén, impaciente por saber lo ocurrido. Lewelian apareció con el alcalde, y se muestraron asustados al saber todo lo acontecido en la cueva. Necesitábamos descansar, reposar, recuperar fuerzas. Yo había sido bendecido por la ondina pero el resto estaba rendido.
Lewelian mencionó la aparición de un caballero sarcosano, encontrado a la deriva en el Eren। Nos dijo que lo tenían en una casa vigilada. Así que decidimos encontramos con él antes de descansar. y Dilara con calidas palabras le insta a informarnos de su historia. He sido atacado, dice con muecas de dolor, mis hombres, un dragón. -¿Dónde esta mi caballo? ¡Mi caballo!- Desvariaba. En la habitación había una jóven semielfa, hija de Lewelian... -Esa si que debe ser una buena historia, jajaja!!!!- pensé. Nada podíamos hacer por él ahora, así que nos retiramos al almacén para descansar.
Con las primeras luces, Neliel, hija de Lewelian, nos despertó a todos con gritos de miedo। Nos instó a seguirla, y corremos tras ella temiendo lo peor. Salimos por la puerta, y el poco sol que atravesaba la densa capa de nubes que siempre recubría Ayrith golpeó nuestros adormecidos ojos, que poco a poco fueron haciéndose una idea de la situación. Columnas de humo se elevaban en el pueblo, casas en llamas, cadáveres, patrullas orcas destrozándolo todo a su paso, y frente al almacén, un oscuro legado, a cuyos pies se hallaba la semielfa, sobre una infernal montura equina, y rodeado por dos lobos gigantes de pútridas pelambres, nos observaba rodeado de orcos.
Sonrió al vernos, y acercándose dijo con una voz de muerte. -¿Quién es vuestro líder?- al no obtener respuesta se puso nervioso, y eso no es bueno, ese legado parecía más animal que hombre y un animal nervioso es siempre muy peligroso. Al final mi hermana dió un paso al frente, y le sostuvo la mirada – que bien hermanita, otra vez tendré que jugarme el pellejo por ti? No estaré siempre ahí, lo saber, verdad?-.
El dialogo se hizo tenso, y al erizarseme los pelos de la nuca, sentí lo peligroso de la situación, sabía quienes éramos y que hacemos aquí; al final exigió que le entregásemos el estuche que yo portaba. Al final mi hermana cedió ante tan terrible presencia. Se acercço hacia mí y me pidió que le entregase la última voluntad del gran y valiente Wooden. Si sólo hubiese estado en juego mi vida me hubiese enfrentado al legado, pero otros dependían de mi decisión, así que al final se lo entregué. El legado, cuyo nombre ya conocía, Jael el Cazador, tomó el estuche de mis manos, lo observó con curiosidad y complacencia y se alejó de nosotros asaeteando nuestros oídos con una infernal risa. Una sola palabra surgió de sus labios: ¡MATADLOS!
domingo, 23 de septiembre de 2007
Partida 2
Capítulo 2: Roca de Durgis (Craudan)
En las profundidades de la fortaleza enana, todo lo acontecido hasta el momento me parecía muy lejano. La salida precipitada de Aguarápida en la barca de Wendell, el encuentro con los elfos, el combate contra los trasgos... todo! Maldita sea, si aun no tengo claro ni como me he metido en esto! Siempre me pasa lo mismo...
Recuerdo mirar hacia el interior del túnel y que me embargó la sensación de que aquello no iba a acabar bien. Para qué negarlo, esa es una sensación que conozco bien pero, como siempre, hice callar esa vocecita que me dice lo que no debería hacer y me interné en la oscuridad junto con mis cuatro compañeros: Ulf y Dilara Stormeister, Dennyn y Zeph.
Wendell y Dunk se habían quedado vigilando la entrada mientras que Rhian y Bayal se dirigían hacia la entrada principal de la fortaleza para atraer la atención del ejercito que había tomado Roca de Durgis, para darnos la oportunidad de alcanzar el Salón de los héroes... más de cien orcos o las profundidades de una fortaleza enana tomada por los siervos de Izrador en un oscuro túnel que no parecía tener fin y buscando un camino que no sabían muy bien donde estaba... -déjalo estar y estate atento Craudan!- me obligué a reaccionar, -maldita sea si no estas atento no saldrás de esta!-
Los dos hermanos Dornitas y Zeph ya habían estado antes en esa fortaleza así que nos guiaron, de forma más o menos acertada, hasta lo que parecía el camino principal: un túnel ancho e iluminado, con decoración de mampostería enana con sus formas geométricas y su dura delicadeza de roca. Dunk nos había dicho que, para llegar al Salón de los Héroes, nos dirigiéramos hacia el túnel principal y no lo abandonáramos, pero una vez allí no teníamos nada claro que dirección tomar, estábamos en una intersección en forma de “t”, y el único camino que quedaba descartado era el que quedaba a nuestra espalda.
Me concentré y eché un vistazo a nuestro alrededor, al principio no me había fijado, pero pude ver un hilillo de agua que descendía por una de las paredes y su recorrido indicaba que el camino descendía hacia el oeste... así que, hacia el oeste, hacia las profundidades, hacia el enemigo, hacia una más que posible muerte, hacia... maldita sea! A veces cuesta mucho hacer callar esa voz.
Avanzamos, pero no muy lejos de la intersección nos encontramos con un derrumbe que bloqueaba el túnel principal impidiendo el paso, sin embargo, un agujero, se abría en la pared lateral. Tras echar una ojeada resulto evidente para todos que alguien había derribado la pared lateral del túnel, lo que no estaba claro era si lo habían causado los enanos intentando salir o los orcos intentando entrar.
Dennyn oteó dentro y nos informó que nuestra nueva vía de avance era una caverna natural. Esa gruta era realmente extraña, había unos extraños agujeros en el techo y una sala redonda al lado de la entrada que, en conjunto, hacían resonar el viento con un aullido terrorífico, que recuerdo me pareció el bramido de macabro instrumento musical de enormes proporciones; aún me estremezco cuando recuerdo aquel sonido. Por si fuera poco, la oscuridad llenaba de sombras amenazadoras cada rincón, y la gran cantidad de estalagmitas y estalactitas parecían las fauces de una bestia. -¿Seguro que deberíamos avanzar por aquí? – dijo Dilara, ese fue el resorte que hizo que el temor nos embargara a todos, -quizás debiéramos ver si por el otro lado... quiero decir, que está claro que este no es el túnel principal...- quien sabe, quizás la dornita tenga razón...- pensé. Mas tarde entendí que nuestro miedo nos hizo perder un tiempo valiosísimo explorando los túneles que salían del túnel principal, los cuales, la mayoría se dirigían en dirección opuesta a nuestro destino, y los demás estaban bloqueados con derrumbes que parecían muy recientes (recuerdo perfectamente como en uno incluso aun se percibía el olor a pólvora entre los cascotes). Así era como Izrador había derrotado a los pueblos de Eredane, mediante el miedo, y el miedo hace cometer errores, y los errores llevan a la muerte, cada vez lo veía más claro.
Finalmente, nos internamos en la gruta con Ulf en cabeza y conmigo cubriendo la retaguardia. Estaba claro que si nos encontrábamos algún enemigo, éste vendría por delante, y Ulf y Dennyn eran muy capaces de encargarse de él, mientras Zeph y Dilara lo debilitarían con sus proyectiles y su magia, yo prefería servir de apoyo... cuando sea necesario claro...
Avanzamos por la gruta con cuidado hasta llegar a una bifurcación. Tomamos el camino oeste. Habiendo avanzado solamente unos pocos metros, vimos no muy lejos, otra pared de la gruta que había sido derribada para comunicar la gruta con un túnel secundario, era obvio que alguien había entrado o salido de la fortaleza por esta ruta no hacia mucho.
Entonces Zeph nos hizo una señal cerrando el puño y nos detuvimos. Se adelantó y se interno hacia la oscuridad, y cuando mis ojos se acostumbraron pude ver que, junto a la pared derribada había un enano sentado, parecía inconsciente. Nos acercamos cautelosamente y Dilara lo examinó, -está muerto- dijo con voz triste. El fallecido enano tenia la piel excesivamente pálida y unas venas de color negruzco marcaban su piel allí donde estaba al descubierto; por su atuendo era un guerrero de Roca de Durgis, y aún aferraba fuertemente su hacha de mano. En aquel preciso instante el cadáver se desplomo hacia un lado dejando a la vista una enorme herida en la espalda que parecía provocada por una lanza.
Recuerdo como polvo cayó sobre mi hombro y como un extraño ruido pareció provenir de todas direcciones y entonces... -muévete Craudan!!! muévete!!!- Me repetía mientras me lanzaba al suelo a la vez que intentaba girarme para caer de espaldas. El golpe me dejó sin aliento pero pude ver como algo pasaba justo por encima de mí, justo donde había estado mi espalda hacía un instante, y se estrellaba en la pared haciendo saltar unos cascotes –por poco...-. Pero el peligro no había pasado aún, miré hacia el techo para saber quién o qué diablos había decidido que yo no debía vivir más años... Aunque estaba agarrado al techo y estaba oscuro lo distinguí perfectamente, era un escorpión del tamaño de un cocodrilo y del color del azabache, y aquella lanza que había estado a punto de ensartarlo era con su cola aguijonada, de la cual supuraba un líquido aceitoso... -muévete!, ponte de pié!, reacciona!, haz algo! Huye!!!- me dije mientras me levantaba y empuñaba mis dos dagas. En fin... siempre igual... ¿porqué nunca hago caso de esa vocecita que intenta salvarme el pellejo?, con una mueca de resignación me encaré a la bestia que se abalanzó sobre nosotros.
El combate fue corto pero intenso, Zeph que también había detectado al atacante disparó varias veces su arco acertando con inusitada puntería a la criatura en la mandíbula que profirió un terrible chillido (algo de sangre élfica debe correr por sus venas), Ulf, que parece tener un sexto sentido para el combate, también se había percatado de la presencia de la criatura, y se lanzó a la carga, aunque tuvo que abandonar su enorme hacha ya que su tamaño era más un inconveniente que una ventaja en un lugar tan estrecho y luchar con el Katar. De hecho, el túnel era tan estrecho que sólo permitía que dos combatientes se enfrentaran a la criatura simultáneamente, sin duda el escorpión luchaba en su terreno.
Oí como Dilara entonaba un sortilegio tras otro mientras yo me concentraba en esquivar las pinzas y el aguijón del monstruo, me empezaba a faltar el aliento y sus ataques eran cada vez más certeros, no aguantaría mucho más y los ataques de Ulf parecían rebotar en la armadura quitinosa del escorpión.
El arco de Zeph no dejaba de escupir certeras flechas, y luminosos proyectiles mágicos surgían de las manos de Dilara estrellándose en el lomo de nuestro agresor. Sin embargo el apoyo apareció de repente Dennyn salió de entre los compañeros y se puso delante mío empujándome a un lado para protegerme de la bestia. Ulf y Dennyn pasaron al ataque con renovada fiereza, otra flecha cruzo el aire y Dilara entono otro sortilegio, mientras las pinzas del escorpión atacaron a Ulf que las evadió sin problemas, sin embargo sirvieron para distraerle del potente coletazo que lo ensartó levantándolo del suelo y haciendo que aullara de dolor. El grito encogió mi corazón –huye!!! Huye o vas a morir!- era algo que se repetía en mi mente mientras saltaba ágilmente por encima del Halfling para aterrizar sobre la espalda del monstruo con sus mis dos dagas listas para atacar, -¡¡¡Maldita sea!!! Siempre hago lo mismo, y esta vez es grave, definitivamente esto no ha sido una buena idea-. Sin embargo mi temeridad surtió efecto, la criatura intento alcanzarme con las pinzas chillando alocadamente pero estaba fuera de su alcance así que lanzó a Ulf contra a pared para atacarme con la cola. Una, dos, tres veces esquivé ese aguijón mientras mis compañeros conseguían acabar con ese maldito bicho que se finalmente se desplomo. Le clavé las dos dagas en la cabeza aunque el escorpión ya estaba visiblemente muerto -Por si acaso- dije limpiando mis dagas en la capa.
Ulf estaba muy malherido, su hermana Dilara le vendó las heridas y el grupo siguió avanzando ahora con Dennyn en vanguardia sustituyendo a Ulf ya que el enorme dornita apenas podía andar. Zeph encontró un rastro, unas huellas que se adentraban en la gruta, y las seguimos a la inversa a través de la maraña de túneles hasta llegar otra vez al túnel principal y seguimos avanzando hasta llegar a nuestro objetivo.
La entrada al Salón de los Héroes estaba justo enfrente nuestro, a apenas 20 metros, al final del pasillo principal. Sus pesadas puertas entreabiertas parecían recibirnos, así que nos dirigimos raudos hacia allí mientras Ulf se detenía un instante apoyándose en la pared para recobrar el aliento.
Quizás fuese la emoción de haber alcanzado nuestro objetivo, o quizás nuestra inexperiencia, o quizás Izrador había decidido centrar su atención en mí esa noche, pero la cuestión es que no nos percatamos que en un túnel transversal una patrulla de orcos se dirigía hacia el salón del trono. Me quedé mirándolos un instante, mientras ellos también me miraban extrañados. El tiempo pareció detenerse un segundo que me pareció una eternidad. Eran al menos una docena, su aspecto era aterrador, mucho mas altos y anchos que cualquier hombre y armados con toscas y brutales espadas de filo romo, parecían salidos de sus mis peores pesadillas. Recordé la granja donde había vivido, mi familia, los gritos, las llamas...
El tiempo se precipitó y uno de los orcos bramó un aullido gutural. Reaccioné como si hubiesen activado un resorte en mi interior –¡¡¡huye!!!, esta vez sí hice caso a esa voz, doce orcos eran demasiados, y en el Salón de los Héroes tendríamos mejor oportunidad, o eso creía yo...
Corrí hacia la enorme puerta de doble hoja rebasando mis compañeros. Atravesé el umbral de la puerta pensando que allí, junto a los enanos que resistían estaría a salvo, pero no estaba preparado para lo que vi al entrar en la sala.
Lo que tenía delante era una escena dantesca: la sala del trono era una sala circular rodeada de columnas, una belleza la de arquitectura enana; toda la sala estaba cubierta de cadáveres de enanos y orcos En el centro de la sala, encontraba un imponente enano cubierto de sangre sosteniendo un Urutuk en cada mano. Tres jabalinas sobresalían de su pecho, atravesando su otrhora brillante armadura de Mithal. Entre su yelmo y su barba color ébano podía verse una mueca que reflejaba dolor y odio por partes iguales. Su capa color carmesí estaba rota. Pero el enano resistía, solo, encima de una montaña de cadáveres orcos. Una quincena de orcos se encontraban delante del poderoso enano intentando hacer acopio de valor para atacarle, uno de los orcos se acerco al enano que, con un rápido movimiento lo partió por la mitad.
Había tanta sangre en el suelo que al entrar chapoteé atrayendo la atención de algunos de los orcos –maldita sea mi mala suerte- por mi culpa nos habíamos metido entre dos enormes grupos de orcos y la puerta era demasiado pesada como para poder cerrarla rápidamente, lo único que pude hacer fue apartarme para dejar entrar a mis compañeros.
Dennyn entró como una exhalación a través de la puerta y sin pensarlo se lanzó directo hacia la tropa de orcos sin detenerse ni un instante, ni los orcos ni yo mismo dábamos crédito a lo que estábamos viendo. El pequeño halfling se estrelló contra la maraña de orcos y se abrió paso hasta el enano empujando y colándose entre las piernas de algunos orcos que estaban demasiado atónitos para reaccionar.
Dilara y Zeph parecieron reconocer al imponente enano y se dirigieron corriendo hacia él intentando rodear el muro de orcos que teníamos enfrente. Instintivamente los seguí. Ese enano debía de ser ese tal Wooden al que estábamos buscando.
En ese momento entró en la sala el otro grupo de orcos que se dirigió directo a la trifulca, seguidos por Ulf, al que todavía no habían visto pues se había quedado rezagado, que entro enarbolando su gran hacha listo para vender cara su vida.
El que parecía ser el líder de los orcos señalo con su garra hacia Dilara con su enorme mano mientras gruñía ordenes en lengua oscura, y un par de orcos se dirigieron hacia ella corriendo mientras los demás se centraban en el enano y Dennyn y Zeph que habían llegado a su lado.
Dilara estaba sólo frente a dos mastodónticos orcos que se dirigían hacia ella. Era una hechicera capaz, ya lo había comprobado sin embargo eran demasiado para ella. Luchaba muy bien junto a su hermano, formaban un tandem perfecto, pero Ulf estaba agotado y herido, y no llegaría a tiempo para ayudarla. Así que, igual que ya había hecho demasiadas veces últimamente, hice algo demasiado temerario. Me detuve detrás de una de las columnas esperando que los orcos estuvieran demasiado centrados en su objetivo para fijarse en mí y así poder atacarles por la espalda antes de que alcanzaran a la frágil humana... craso error. Cuando salí para atacar me encontré de bruces con un tercer orco que se había percatado de mi estrategia. Recuerdo sentir el crujir de mis propios huesos al romperse y de cómo un dolor atroz se apodero de todo mi cuerpo, mientras salía despedido por el aire atravesando la sala mientras apenas podía ver como el otro orco se abalanzaba sobre Dilara y la derribaba con un tremendo golpe. Mi entumecido cuerpo iba perdiendo la conciencia y mi vista se nublaba, el estruendo del combate sonaba sordo y apagado, finalmente, perdí el conocimiento.
Del resto de lo sucedido sólo sé lo que me contaron mis compañeros: Dennyn se movía como un torbellino de brazos y pies causando la conmoción entre los orcos, partiendo huesos y dislocando mandíbulas, y terminó enfrentándose directamente al líder de los orcos. Ulf se enfrentó a los orcos que habían derribado a su hermana, y en ese combate recibió otra herida que debería haber acabado con cualquier hombre, pero resistió, había sobrepasado el límite de su resistencia y sólo su instinto protector hacia su hermana hizo que se mantuviese en pié. Las hachas de Wooden refulgían mientras rebanaban miembros orcos por doquier, y Zeph, tras abatir a tres orcos con sus flechas utilizó su último disparo para ayudar a Ulf, antes de ser derribado.
Al cabo de poco estaba claro que no conseguirían resistir los golpes de Ulf resultaban torpes a causa de las terribles heridas que había sufrido y no conseguía acabar con el orco que tenia delante, los golpes de Dennyn ya no eran tan rápidos ni tan potentes, el Halfling estaba agotado después del esfuerzo sobrehumano que había hecho. Los orcos eran adversarios formidables, les superaban ampliamente en número, y sólo quedaban tres luchadores para hacerles frente. Sin embargo, cuando todo parecía perdido una de las paredes de la sala del trono exploto lanzando cascotes hacia el interior de la sala, a través del humo entraron corriendo seis enanos fenomenalmente armados que se lanzaron al rescate.
uando recobré la conciencia tenía las heridas cosidas y vendadas, todavía estaba en el Salón de los Héroes. Dilara y Zeph que también estaban sentados a su lado intentando recuperarse. Me dolía todo el cuerpo y me dolía horrores la cabeza, era como si martilleasen un escudo de metal dentro de mi cráneo.
Ulf estaba un poco mas lejos arrodillado al lado del Dorith enano agonizante, parecía que el enano le estaba diciendo algo, aunque no pude oírlo debido al estruendo de la puerta, ahora cerrada. Parecía haber un millar de orcos golpeando con un ariete al otro lado. Ahora los dos únicos enanos que habían sobrevivido al asalto estaban aguantándola junto con Dennyn.
Wooden le entrego un extraño estuche a Ulf y luego llamó a su lado a Zeph para entregarle sus preciadas armas. -El estuche debía ser entregado a Rhian sin falta, cuanto antes- dijo uno de los soldados enanos mientras nos hacía salir por la abertura que les había permitido entrar. –partid, rápido!-.
Ascendimos por el túnel tan rápido como nos fue posible y vimos como los enanos hacían que la entrada se colapsara sobre si misma para cubrir nuestra retirada, lo último que pude ver antes de la explosión fue como una marea de orcos entraba en tromba en la gran sala y los valerosos enanos cargaban hacia ellos.
Llegamos a la salida con el pesar atenazando sus corazones y sin embargo aun habríamos de soportar mas perdidas, Dunk sostenía en brazos a Rhian que parecía mortalmente herida y bayal no estaba por ninguna parte.
La voz de Rhian sonó distinta, más solemne, sabia y poderosa. Sus ojos se habían teñido de negro y su cuerpo irradiaba tal magia que hasta yo, que desconozco totalmente las artes arcanas, puede sentirlo. Entonces dijo con voz firme: -venid a Erethor, traed el estuche a Caradhul, lo que contiene puede ser una de nuestras últimas esperanzas de hacer frente a la Izrador. Tomad las posesiones más preciadas de Rhian, ella quiere que las tengáis, os ayudarán en vuestra difícil empresa-. La agonizante elfa entrego su capa élfica a Dilara, su colgante con una piedra a Dennyn y a mí me entregó su bolsa de té élfico, -que tal una armadura? O un amuleto protector?- pensé para mí pero entonces sentí que había recibido un regalo muy valioso.
Después de esto utilizo las fuerzas que le quedaban para reestablecer nuestras energías y sanar nuestras heridas. Una cálida sensación de bienestar recorrió todo mi cuerpo y por un momento me pareció estar soñando.
-En marcha, hay mucho que hacer- dijo esa voz en mi interior. Por primera vez estábamos de acuerdo en algo.
En las profundidades de la fortaleza enana, todo lo acontecido hasta el momento me parecía muy lejano. La salida precipitada de Aguarápida en la barca de Wendell, el encuentro con los elfos, el combate contra los trasgos... todo! Maldita sea, si aun no tengo claro ni como me he metido en esto! Siempre me pasa lo mismo...
Recuerdo mirar hacia el interior del túnel y que me embargó la sensación de que aquello no iba a acabar bien. Para qué negarlo, esa es una sensación que conozco bien pero, como siempre, hice callar esa vocecita que me dice lo que no debería hacer y me interné en la oscuridad junto con mis cuatro compañeros: Ulf y Dilara Stormeister, Dennyn y Zeph.
Wendell y Dunk se habían quedado vigilando la entrada mientras que Rhian y Bayal se dirigían hacia la entrada principal de la fortaleza para atraer la atención del ejercito que había tomado Roca de Durgis, para darnos la oportunidad de alcanzar el Salón de los héroes... más de cien orcos o las profundidades de una fortaleza enana tomada por los siervos de Izrador en un oscuro túnel que no parecía tener fin y buscando un camino que no sabían muy bien donde estaba... -déjalo estar y estate atento Craudan!- me obligué a reaccionar, -maldita sea si no estas atento no saldrás de esta!-
Los dos hermanos Dornitas y Zeph ya habían estado antes en esa fortaleza así que nos guiaron, de forma más o menos acertada, hasta lo que parecía el camino principal: un túnel ancho e iluminado, con decoración de mampostería enana con sus formas geométricas y su dura delicadeza de roca. Dunk nos había dicho que, para llegar al Salón de los Héroes, nos dirigiéramos hacia el túnel principal y no lo abandonáramos, pero una vez allí no teníamos nada claro que dirección tomar, estábamos en una intersección en forma de “t”, y el único camino que quedaba descartado era el que quedaba a nuestra espalda.
Me concentré y eché un vistazo a nuestro alrededor, al principio no me había fijado, pero pude ver un hilillo de agua que descendía por una de las paredes y su recorrido indicaba que el camino descendía hacia el oeste... así que, hacia el oeste, hacia las profundidades, hacia el enemigo, hacia una más que posible muerte, hacia... maldita sea! A veces cuesta mucho hacer callar esa voz.
Avanzamos, pero no muy lejos de la intersección nos encontramos con un derrumbe que bloqueaba el túnel principal impidiendo el paso, sin embargo, un agujero, se abría en la pared lateral. Tras echar una ojeada resulto evidente para todos que alguien había derribado la pared lateral del túnel, lo que no estaba claro era si lo habían causado los enanos intentando salir o los orcos intentando entrar.
Dennyn oteó dentro y nos informó que nuestra nueva vía de avance era una caverna natural. Esa gruta era realmente extraña, había unos extraños agujeros en el techo y una sala redonda al lado de la entrada que, en conjunto, hacían resonar el viento con un aullido terrorífico, que recuerdo me pareció el bramido de macabro instrumento musical de enormes proporciones; aún me estremezco cuando recuerdo aquel sonido. Por si fuera poco, la oscuridad llenaba de sombras amenazadoras cada rincón, y la gran cantidad de estalagmitas y estalactitas parecían las fauces de una bestia. -¿Seguro que deberíamos avanzar por aquí? – dijo Dilara, ese fue el resorte que hizo que el temor nos embargara a todos, -quizás debiéramos ver si por el otro lado... quiero decir, que está claro que este no es el túnel principal...- quien sabe, quizás la dornita tenga razón...- pensé. Mas tarde entendí que nuestro miedo nos hizo perder un tiempo valiosísimo explorando los túneles que salían del túnel principal, los cuales, la mayoría se dirigían en dirección opuesta a nuestro destino, y los demás estaban bloqueados con derrumbes que parecían muy recientes (recuerdo perfectamente como en uno incluso aun se percibía el olor a pólvora entre los cascotes). Así era como Izrador había derrotado a los pueblos de Eredane, mediante el miedo, y el miedo hace cometer errores, y los errores llevan a la muerte, cada vez lo veía más claro.
Finalmente, nos internamos en la gruta con Ulf en cabeza y conmigo cubriendo la retaguardia. Estaba claro que si nos encontrábamos algún enemigo, éste vendría por delante, y Ulf y Dennyn eran muy capaces de encargarse de él, mientras Zeph y Dilara lo debilitarían con sus proyectiles y su magia, yo prefería servir de apoyo... cuando sea necesario claro...
Avanzamos por la gruta con cuidado hasta llegar a una bifurcación. Tomamos el camino oeste. Habiendo avanzado solamente unos pocos metros, vimos no muy lejos, otra pared de la gruta que había sido derribada para comunicar la gruta con un túnel secundario, era obvio que alguien había entrado o salido de la fortaleza por esta ruta no hacia mucho.
Entonces Zeph nos hizo una señal cerrando el puño y nos detuvimos. Se adelantó y se interno hacia la oscuridad, y cuando mis ojos se acostumbraron pude ver que, junto a la pared derribada había un enano sentado, parecía inconsciente. Nos acercamos cautelosamente y Dilara lo examinó, -está muerto- dijo con voz triste. El fallecido enano tenia la piel excesivamente pálida y unas venas de color negruzco marcaban su piel allí donde estaba al descubierto; por su atuendo era un guerrero de Roca de Durgis, y aún aferraba fuertemente su hacha de mano. En aquel preciso instante el cadáver se desplomo hacia un lado dejando a la vista una enorme herida en la espalda que parecía provocada por una lanza.
Recuerdo como polvo cayó sobre mi hombro y como un extraño ruido pareció provenir de todas direcciones y entonces... -muévete Craudan!!! muévete!!!- Me repetía mientras me lanzaba al suelo a la vez que intentaba girarme para caer de espaldas. El golpe me dejó sin aliento pero pude ver como algo pasaba justo por encima de mí, justo donde había estado mi espalda hacía un instante, y se estrellaba en la pared haciendo saltar unos cascotes –por poco...-. Pero el peligro no había pasado aún, miré hacia el techo para saber quién o qué diablos había decidido que yo no debía vivir más años... Aunque estaba agarrado al techo y estaba oscuro lo distinguí perfectamente, era un escorpión del tamaño de un cocodrilo y del color del azabache, y aquella lanza que había estado a punto de ensartarlo era con su cola aguijonada, de la cual supuraba un líquido aceitoso... -muévete!, ponte de pié!, reacciona!, haz algo! Huye!!!- me dije mientras me levantaba y empuñaba mis dos dagas. En fin... siempre igual... ¿porqué nunca hago caso de esa vocecita que intenta salvarme el pellejo?, con una mueca de resignación me encaré a la bestia que se abalanzó sobre nosotros.
El combate fue corto pero intenso, Zeph que también había detectado al atacante disparó varias veces su arco acertando con inusitada puntería a la criatura en la mandíbula que profirió un terrible chillido (algo de sangre élfica debe correr por sus venas), Ulf, que parece tener un sexto sentido para el combate, también se había percatado de la presencia de la criatura, y se lanzó a la carga, aunque tuvo que abandonar su enorme hacha ya que su tamaño era más un inconveniente que una ventaja en un lugar tan estrecho y luchar con el Katar. De hecho, el túnel era tan estrecho que sólo permitía que dos combatientes se enfrentaran a la criatura simultáneamente, sin duda el escorpión luchaba en su terreno.
Oí como Dilara entonaba un sortilegio tras otro mientras yo me concentraba en esquivar las pinzas y el aguijón del monstruo, me empezaba a faltar el aliento y sus ataques eran cada vez más certeros, no aguantaría mucho más y los ataques de Ulf parecían rebotar en la armadura quitinosa del escorpión.
El arco de Zeph no dejaba de escupir certeras flechas, y luminosos proyectiles mágicos surgían de las manos de Dilara estrellándose en el lomo de nuestro agresor. Sin embargo el apoyo apareció de repente Dennyn salió de entre los compañeros y se puso delante mío empujándome a un lado para protegerme de la bestia. Ulf y Dennyn pasaron al ataque con renovada fiereza, otra flecha cruzo el aire y Dilara entono otro sortilegio, mientras las pinzas del escorpión atacaron a Ulf que las evadió sin problemas, sin embargo sirvieron para distraerle del potente coletazo que lo ensartó levantándolo del suelo y haciendo que aullara de dolor. El grito encogió mi corazón –huye!!! Huye o vas a morir!- era algo que se repetía en mi mente mientras saltaba ágilmente por encima del Halfling para aterrizar sobre la espalda del monstruo con sus mis dos dagas listas para atacar, -¡¡¡Maldita sea!!! Siempre hago lo mismo, y esta vez es grave, definitivamente esto no ha sido una buena idea-. Sin embargo mi temeridad surtió efecto, la criatura intento alcanzarme con las pinzas chillando alocadamente pero estaba fuera de su alcance así que lanzó a Ulf contra a pared para atacarme con la cola. Una, dos, tres veces esquivé ese aguijón mientras mis compañeros conseguían acabar con ese maldito bicho que se finalmente se desplomo. Le clavé las dos dagas en la cabeza aunque el escorpión ya estaba visiblemente muerto -Por si acaso- dije limpiando mis dagas en la capa.
Ulf estaba muy malherido, su hermana Dilara le vendó las heridas y el grupo siguió avanzando ahora con Dennyn en vanguardia sustituyendo a Ulf ya que el enorme dornita apenas podía andar. Zeph encontró un rastro, unas huellas que se adentraban en la gruta, y las seguimos a la inversa a través de la maraña de túneles hasta llegar otra vez al túnel principal y seguimos avanzando hasta llegar a nuestro objetivo.
La entrada al Salón de los Héroes estaba justo enfrente nuestro, a apenas 20 metros, al final del pasillo principal. Sus pesadas puertas entreabiertas parecían recibirnos, así que nos dirigimos raudos hacia allí mientras Ulf se detenía un instante apoyándose en la pared para recobrar el aliento.
Quizás fuese la emoción de haber alcanzado nuestro objetivo, o quizás nuestra inexperiencia, o quizás Izrador había decidido centrar su atención en mí esa noche, pero la cuestión es que no nos percatamos que en un túnel transversal una patrulla de orcos se dirigía hacia el salón del trono. Me quedé mirándolos un instante, mientras ellos también me miraban extrañados. El tiempo pareció detenerse un segundo que me pareció una eternidad. Eran al menos una docena, su aspecto era aterrador, mucho mas altos y anchos que cualquier hombre y armados con toscas y brutales espadas de filo romo, parecían salidos de sus mis peores pesadillas. Recordé la granja donde había vivido, mi familia, los gritos, las llamas...
El tiempo se precipitó y uno de los orcos bramó un aullido gutural. Reaccioné como si hubiesen activado un resorte en mi interior –¡¡¡huye!!!, esta vez sí hice caso a esa voz, doce orcos eran demasiados, y en el Salón de los Héroes tendríamos mejor oportunidad, o eso creía yo...
Corrí hacia la enorme puerta de doble hoja rebasando mis compañeros. Atravesé el umbral de la puerta pensando que allí, junto a los enanos que resistían estaría a salvo, pero no estaba preparado para lo que vi al entrar en la sala.
Lo que tenía delante era una escena dantesca: la sala del trono era una sala circular rodeada de columnas, una belleza la de arquitectura enana; toda la sala estaba cubierta de cadáveres de enanos y orcos En el centro de la sala, encontraba un imponente enano cubierto de sangre sosteniendo un Urutuk en cada mano. Tres jabalinas sobresalían de su pecho, atravesando su otrhora brillante armadura de Mithal. Entre su yelmo y su barba color ébano podía verse una mueca que reflejaba dolor y odio por partes iguales. Su capa color carmesí estaba rota. Pero el enano resistía, solo, encima de una montaña de cadáveres orcos. Una quincena de orcos se encontraban delante del poderoso enano intentando hacer acopio de valor para atacarle, uno de los orcos se acerco al enano que, con un rápido movimiento lo partió por la mitad.
Había tanta sangre en el suelo que al entrar chapoteé atrayendo la atención de algunos de los orcos –maldita sea mi mala suerte- por mi culpa nos habíamos metido entre dos enormes grupos de orcos y la puerta era demasiado pesada como para poder cerrarla rápidamente, lo único que pude hacer fue apartarme para dejar entrar a mis compañeros.
Dennyn entró como una exhalación a través de la puerta y sin pensarlo se lanzó directo hacia la tropa de orcos sin detenerse ni un instante, ni los orcos ni yo mismo dábamos crédito a lo que estábamos viendo. El pequeño halfling se estrelló contra la maraña de orcos y se abrió paso hasta el enano empujando y colándose entre las piernas de algunos orcos que estaban demasiado atónitos para reaccionar.
Dilara y Zeph parecieron reconocer al imponente enano y se dirigieron corriendo hacia él intentando rodear el muro de orcos que teníamos enfrente. Instintivamente los seguí. Ese enano debía de ser ese tal Wooden al que estábamos buscando.
En ese momento entró en la sala el otro grupo de orcos que se dirigió directo a la trifulca, seguidos por Ulf, al que todavía no habían visto pues se había quedado rezagado, que entro enarbolando su gran hacha listo para vender cara su vida.
El que parecía ser el líder de los orcos señalo con su garra hacia Dilara con su enorme mano mientras gruñía ordenes en lengua oscura, y un par de orcos se dirigieron hacia ella corriendo mientras los demás se centraban en el enano y Dennyn y Zeph que habían llegado a su lado.
Dilara estaba sólo frente a dos mastodónticos orcos que se dirigían hacia ella. Era una hechicera capaz, ya lo había comprobado sin embargo eran demasiado para ella. Luchaba muy bien junto a su hermano, formaban un tandem perfecto, pero Ulf estaba agotado y herido, y no llegaría a tiempo para ayudarla. Así que, igual que ya había hecho demasiadas veces últimamente, hice algo demasiado temerario. Me detuve detrás de una de las columnas esperando que los orcos estuvieran demasiado centrados en su objetivo para fijarse en mí y así poder atacarles por la espalda antes de que alcanzaran a la frágil humana... craso error. Cuando salí para atacar me encontré de bruces con un tercer orco que se había percatado de mi estrategia. Recuerdo sentir el crujir de mis propios huesos al romperse y de cómo un dolor atroz se apodero de todo mi cuerpo, mientras salía despedido por el aire atravesando la sala mientras apenas podía ver como el otro orco se abalanzaba sobre Dilara y la derribaba con un tremendo golpe. Mi entumecido cuerpo iba perdiendo la conciencia y mi vista se nublaba, el estruendo del combate sonaba sordo y apagado, finalmente, perdí el conocimiento.
Del resto de lo sucedido sólo sé lo que me contaron mis compañeros: Dennyn se movía como un torbellino de brazos y pies causando la conmoción entre los orcos, partiendo huesos y dislocando mandíbulas, y terminó enfrentándose directamente al líder de los orcos. Ulf se enfrentó a los orcos que habían derribado a su hermana, y en ese combate recibió otra herida que debería haber acabado con cualquier hombre, pero resistió, había sobrepasado el límite de su resistencia y sólo su instinto protector hacia su hermana hizo que se mantuviese en pié. Las hachas de Wooden refulgían mientras rebanaban miembros orcos por doquier, y Zeph, tras abatir a tres orcos con sus flechas utilizó su último disparo para ayudar a Ulf, antes de ser derribado.
Al cabo de poco estaba claro que no conseguirían resistir los golpes de Ulf resultaban torpes a causa de las terribles heridas que había sufrido y no conseguía acabar con el orco que tenia delante, los golpes de Dennyn ya no eran tan rápidos ni tan potentes, el Halfling estaba agotado después del esfuerzo sobrehumano que había hecho. Los orcos eran adversarios formidables, les superaban ampliamente en número, y sólo quedaban tres luchadores para hacerles frente. Sin embargo, cuando todo parecía perdido una de las paredes de la sala del trono exploto lanzando cascotes hacia el interior de la sala, a través del humo entraron corriendo seis enanos fenomenalmente armados que se lanzaron al rescate.
uando recobré la conciencia tenía las heridas cosidas y vendadas, todavía estaba en el Salón de los Héroes. Dilara y Zeph que también estaban sentados a su lado intentando recuperarse. Me dolía todo el cuerpo y me dolía horrores la cabeza, era como si martilleasen un escudo de metal dentro de mi cráneo.
Ulf estaba un poco mas lejos arrodillado al lado del Dorith enano agonizante, parecía que el enano le estaba diciendo algo, aunque no pude oírlo debido al estruendo de la puerta, ahora cerrada. Parecía haber un millar de orcos golpeando con un ariete al otro lado. Ahora los dos únicos enanos que habían sobrevivido al asalto estaban aguantándola junto con Dennyn.
Wooden le entrego un extraño estuche a Ulf y luego llamó a su lado a Zeph para entregarle sus preciadas armas. -El estuche debía ser entregado a Rhian sin falta, cuanto antes- dijo uno de los soldados enanos mientras nos hacía salir por la abertura que les había permitido entrar. –partid, rápido!-.
Ascendimos por el túnel tan rápido como nos fue posible y vimos como los enanos hacían que la entrada se colapsara sobre si misma para cubrir nuestra retirada, lo último que pude ver antes de la explosión fue como una marea de orcos entraba en tromba en la gran sala y los valerosos enanos cargaban hacia ellos.
Llegamos a la salida con el pesar atenazando sus corazones y sin embargo aun habríamos de soportar mas perdidas, Dunk sostenía en brazos a Rhian que parecía mortalmente herida y bayal no estaba por ninguna parte.
La voz de Rhian sonó distinta, más solemne, sabia y poderosa. Sus ojos se habían teñido de negro y su cuerpo irradiaba tal magia que hasta yo, que desconozco totalmente las artes arcanas, puede sentirlo. Entonces dijo con voz firme: -venid a Erethor, traed el estuche a Caradhul, lo que contiene puede ser una de nuestras últimas esperanzas de hacer frente a la Izrador. Tomad las posesiones más preciadas de Rhian, ella quiere que las tengáis, os ayudarán en vuestra difícil empresa-. La agonizante elfa entrego su capa élfica a Dilara, su colgante con una piedra a Dennyn y a mí me entregó su bolsa de té élfico, -que tal una armadura? O un amuleto protector?- pensé para mí pero entonces sentí que había recibido un regalo muy valioso.
Después de esto utilizo las fuerzas que le quedaban para reestablecer nuestras energías y sanar nuestras heridas. Una cálida sensación de bienestar recorrió todo mi cuerpo y por un momento me pareció estar soñando.
-En marcha, hay mucho que hacer- dijo esa voz en mi interior. Por primera vez estábamos de acuerdo en algo.
sábado, 15 de septiembre de 2007
Partida 1
CAPITULO 1: El encuentro. (Dilara)
La sala, abarrotada de enanos y refugiados, mostraba todo el decadente esplendor de la antigua y orgullosa raza enana. Enormes mesas de piedra llenas de viandas, se rellenaban servidas por orondas enanas de tez rubicunda. El tronar de los barriles rodando por el suelo se fundía junto con las vozarronas enaniles que cantaban, reían y caían borrachos al suelo.
Ulf estaba totalmente en su ambiente; rodeado de camaradas se dedicaba a relatar sus heroicos actos en tal o cual batalla, mientras los enanos lo observaban, con mirada suspicaz, evaluando si un joven humano era capaz de tales azañas. Sin embargo, cuando en un duelo de fuerza, mi hermano levantó a dos de esos toneles con barba a la vez, las miradas de los enanos mostraron mucho mas respeto mientras estallaban en una carcajada.
Solo dos personas en el lugar no mostraban la alegría desfasada del banquete: Wooden Durgis, señor de la fortaleza Roca de Durgis, Dorith del clan Durgis y miembro reputado de los rebeldes, y yo misma.
Wooden era un enano fornido. Sus ropas de noble ocultaban los músculos de un guerrero, y su mirada severa denotaba la experiencia a la par que preocupación. A pesar de que su barba aún no había encanecido y mostraba un saludable color marrón oscuro, Wooden ya era uno de los Sabios de su raza.
Yo, por mi parte, hacía poco que había dejado a Baitu, y todavía no estaba acostumbrada a tanta aglomeración de gente.
Llegada cierta hora de la noche, Wooden se levanto, señal conocida de que las celebraciones habían terminado. Con más o menos dignidad todo el mundo se dirigió a la salida, excepto mi hermano Ulf, Zeph (un conocido rastreador), Dunk (un montaraz enano que mostraba una extraña predilección por el agua), y yo misma. Un sirviente nos condujo al estrado donde estaba el trono, ocupado ahora por un cariacontecido Wooden.Tras el ceremonial necesario, el señor enano nos explicó brevemente que se esperaba la visita de unos extranjeros que, en breve, debían reunirse con él.
Sin embargo, debido a la creciente actividad de la sombra por la zona, nosotros cuatro debíamos ir a buscarlos a la Cascada de Kurgun y guiarlos hasta Roca de Durgis.
A dos días de camino, esta cascada había sido antaño un puesto comercio entre gnomos, enanos y humanos dornitas, pero ahora se hallaba abandonada. Zeph y Dunk, conocedores de la zona, conducirían al grupo, mientras que los hermanos Stormeister iríamos para prestar apoyo.
Ir, recogerlos y volver con Wooden, sencillo plan para que el enano hubiera sido tan enigmático. Ni una palabra de quienes eran los viajantes.
Nos pusimos en camino en cuanto recogimos nuestros pertrechos, enfilando hacia el puente que nos llevaría a la ladera de la montaña vecina. El día era frió y un viento cortante hacia presa de nuestros rostros. Cuando llegamos al puente, observé horrorizada que se trataba de un a estrecha pasarela de piedra que casi veinte metros de largo y apenas el metro y medio de ancho que unía las dos montañas. Me acerqué al borde del precipicio sólo para contemplar la impresionante caída, tal era la altura que fui incapaz de calcular-la, caer por aquel precipicio suponía una muerte segura.
Con paso seguro Zeph y el enano atravesaron el estrecho puente, seguidos por unos más cautelosos Stormeister. Con tranquilidad recorrí la mitad del paso, hasta que una fuerte ráfaga me hizo trastabillar. Comencé a resbalar, tropezando con los guijarros y arenilla que cubrían la roca. El borde se acercaba, con su promesa de caída y muerte, y justo cuando el pánico comenzaba a hacer presa de mí, el enorme brazo de Ulf se interpuso entre mí y el letal abismo. Abrazada a él termine el camino, que jure no volver a realizar. Ilusa de mí, el futuro me deparaba más “tropiezos”.
Tras otro día de camino arribamos al anochecer a la cascada. Un lago dominaba el centro del valle, rodeado en tres de sus lados por espeso bosque y el camino del acantilado cerrándolo. La espesa bruma que cubría el lago unida a las ruinas de dos grandes construcciones, posiblemente almacenes, y de una ancha torre semiderruida, creaban una imagen tétrica. El lugar nos incomodaba a todos, la niebla nos confundía haciéndonos ver fugaces imágenes por el rabillo del ojo, mientras que nuestras mentes creaban ilusiones de aquellos a los que esperábamos.
Dunk, con una mueca graciosa se adentro en el helado lago, solo de verlo se oyó el castañeo de nuestros dientes. El resto nos acercamos al enclave comercial lentamente, alertas y listos para repeler un posible ataque. Liberé una pequeña cantidad de magia, y sintiendo como me henchía y daba poder entoné las palabras del sortilegio. Al instante cualquier atisbo de magia que hubiese por la zona se mostraba ante mí. Todo parecía tranquilo, y justo cuando la energía me abandonaba, un diminuto punto parpadeó en el bosque del este. Fue un instante, pero bastó para ponernos en alerta. Inmediatamente Zeph se adentro en la foresta, haciéndose uno con las sombras. Ulf y yo investigamos el interior de la torre, ocupada únicamente por nieve y cascotes. Al cabo de un rato, la silueta de Zeph apareció en el linde. Su caminar, lento y rígido, nos hizo sospechar. Mientras se acercaba a nosotros vimos tras el una silueta, esbelta y alta, difuminada por la noche y una larga capa. Apuntaba implacable a nuestro guía con un arco largo. Se dirigieron sin duda hacia nuestra posición, presentándose el cómo Eirin. Cuando la tensa conversación parecía iba a desembocar en trifulca, comenzaron a aparecer del bosque más figuras, y una de ellas, la más esbelta, dejando caer su capa, habló con voz suave a la par que firme; era voz de mujer.
“Yo soy Rhian, enviada de Aradil, a la que vosotros conocéis como la Reina Bruja; soy su avatar frente a la sombra”
Acto seguido comenzó a presentar a los demás, Dennyn, su autoproclamado guardaespaldas halfling, de semblante serio y mirada inflexible, Bayal y Eirin, compañeros elfos de delicados gestos y mirada reservada, Craudan, un buscavidas humano que se les había unido y Wendel, un comerciante y contrabandista gnomo.
Me tomé un instante para observar asombrada a los elfos. Eran tan impresionantes como dicen las habladurías. Bayal parecía más salvaje, de semblante desafiante y vestido con una armadura de pieles de animales que cubría su ligero cuerpo; Una larga melena de cabello blanco caía sobre su mortecina tez pálida; parecía ir armado tan sólo con un par de cuchillos. Si bayal fuese la noche, sin duda, Eirin sería el día, cabello color azabache y corto, vestido como un noble y portando las armas que se le suponen a un elfo una espada de hoja fina y un arco largo. Sin embargo, Rhian era la más impresionante de los tres, aunque delicada y vestida tan sólo con una túnica y una capa que cubría sus rizados cabellos del color del oro, su mirada amable dejaba entrever un terrible poder.
Tras las presentaciones, continuamos con la empresa. Ahora debíamos regresar a la fortaleza, donde Rhian se reuniría con Wooden. No obstante, antes de continuar, la elfa conjuró una visión de los alrededores, sorprendiéndonos a todos con la imagen de una horda de trasgos que avanzaban seguidos de dos enormes moles pétreas en nuestra dirección. Eran aproximadamente quince guerreros, uno de ellos era obvio comprendía los entresijos de la magia; túnica, bastón y un aura de maldad que lo impregnada todo a su paso. Otro, de más estatura y una mejor armadura parecía el líder de la partida.
La situación era apurada, y las posibilidades pocas. Aun así la discusión volvió a tomar forma, intentando unos imponer su plan al de los demás, las diferencias culturales hacían fervor. Todo finalizó cuando las patizambas siluetas de los trasgos se perfilaron a lo lejos momento en el que tomamos posiciones en el bosque, esperando pasar inadvertidos. El retumbar de los colosos de piedra era amplificado por las cumbres de la cadena montañosa, llenando nuestros corazones de pavor. La noche era ya dueña de la situación, impidiéndonos ver claramente a nuestros enemigos.
Cautamente seguimos avanzando hacia el interior del bosque, pero con los nervios y las prisas mas de uno fuimos descubiertos por los acechantes trasgos. Tres de ellos se acercaron a investigar, y al descubrirnos, corrieron a avisar a sus camaradas. El peligro se cernía sobre nosotros, y todo se precipitó. Una flecha, disparada por Zeph, atravesó a uno de los engendros, mientras que otro fue interceptado por Eirin, el cual lo degolló salvajemente con sus cuchillos. El tercero esquivó otro proyectil, y se lanzo hacia la horda. Canalicé mi furia hacia él, y un haz de energía lo atravesó, seguido por el grito de alerta de Rhian, pero el aviso llegó tarde. Inmediatamente el campamento enemigo estalló en gritos. El chaman había detectado mi presencia al lanzar el hechizo.
Graznantes gritos de guerra anunciaron las cargas de los trasgos, y la melee comenzó. Rhian desapareció en el bosque, mientras que sus guardaespaldas formaban un muro de acero en el linde. Ulf avanzó mientras yo entonaba arcanas palabras para protegerlo. El chamán entró en escena cloqueando amenazas e insultos. Apuntó con su báculo hacia el bosque, y mientras la energía crepitaba por su cuerpo. Sin embargo Zeph hacía rato que lo tenia fijado como objetivo y justo en el momento que el chamán iba a lanzar el hechizo soltó la cuerda. La flecha, directa, veloz y acerada, alcanzó la frente del brujo. Con el cerebro atravesado por cuarenta centímetros de buena madera de tejo, la energía se disipó, y tras un parpadeo, la criatura cayó para no levantarse más.
Mientras, acosados por tres contrincantes cada uno, los elfos no pudieron evitar que algunos se colaran entre ellos, llegando a la parte vulnerable donde estábamos los que no practicamos el arte de la guerra. Viendo lo delicada de la situación, el halfling se armó de valor y con insultos y amenazas arranco a correr hacia la espesura. Tres trasgos lo siguieron en su loca carrera, aliviando así la tensión del combate en el frente. Mientras seguía invocando energías protectoras sobre Ulf, observe sorprendida la compenetración del halfling y el misterioso humano llamado Craudan.
Mientras el pequeño corría seguido de tres alimañas, Craudan surgió de detrás de un árbol, clavando dos dagas en la expuesta garganta de uno de ellos. Los otros dos siguieron corriendo, hasta que Dennyn se giró y con el impulso de la carrera golpeo en pleno rostro a uno con los puños, elevándolo varios metros y convirtiendo su cabeza en un surtidor de materia gris y trozos sanguinolentos de hueso. Acto seguido, Craudan surgió detrás del confundido trasgo restante, apuñalando varias veces por la espalda con sus dos dagas.
Tras finalizar los ensalmos sobre Ulf, este avanzó hacia el líder de la partida enemiga, gritándole amenazas y desafíos. El otro respondió lanzándose a la carga, a la que mi hermano respondió embistiendo en una loca carrera. El impacto de ambos fue ensordecedor. El trasgo, más pequeño, retrocedió, mientras intentaba tajar el brazo derecho de Ulf, que estaba tomando impulso para partir huesos y carne con su imponente hacha de batalla. El hachazo fue bestial, pero el gran trasgo fue más rápido, interponiendo su escudo, aunque el resultado fue igualmente doloroso. El escudo no aguantó el golpe, y tras quebrarse el filo del hacha se hundió en el antebrazo del engendro. Aun así, el contragolpe fue demoledor para Ulf. La hoja de la espada le alcanzo en el pecho, hundiéndose varios centímetros y obligándole a lanzar un rugido de dolor, sólo el conjuro de protección impidió que el mal fuera mayor. Golpeando con la rodilla el pecho herido, el trasgo retrocedió, haciendo que Ulf cayera de rodillas, la sangre surgiendo a borbotones de la herida. Saboreando la rápida victoria, alzo la espada sobre el, que comenzaba a desfallecer, dejándose caer en el suelo. Centre todo mi odio y miedo sobre el abyecto ser, canalizando borbotones de energía hacia su mente. El resultado fue un brillante proyectil mágico que el golpeo en un hombro, haciéndolo trastabillar hacia atrás. Fue todo lo que mi hermano necesitaba. Alzó el hacha en un mortal arco, que cerceno limpiamente la cabeza del trasgo, que rebotó varias veces en el suelo. Corrí hacia mi hermano, intentando levantarlo y alejarlo de la lucha. Pero al mirar a mi alrededor, vi que la situación estaba controlada. El único problema eran los dos golems, que hasta este momento habían estado retenidos por el puente que cruzaba uno de los canales del lago, que había cedido bajo su peso. Pero superado el obstáculo, ahora se acercaban implacables.
Los elfos estaban terminando de diezmar a los pocos supervivientes de la partida, ayudados por Zeph, Dennyn y Craudan. Logré parar la hemorragia de Ulf, y nos acercamos al resto del grupo. Rhian apareció de la nada, posiblemente estaba oculta mediante magia, pensé. La decisión debía tomarse ya, o nos enfrentábamos a los golems, a los que difícilmente podríamos vencer, o huíamos de vuelta a la fortaleza. Sopesando posibilidades se me ocurrió atravesar la cascada, pero los golems estaban ya próximos. Una mirada de Rhian basto para que Eirin partiera presto a su encuentro, un destino con poca esperanza en un mundo de esperanza nula. Los demás hicimos lo único que podíamos hacer, corrimos hacia la seguridad, reconociendo todos en nuestro interior el valor de Eirin… Lo último que vimos, fue como el elfo se refugiaba en la torre y los dos colosos la colapsaban golpeándola con sus tremendos puños. Las lágrimas surcaron el rostro de muchos. Esa noche, en el improvisado campamento, mientras Rhian contaba leyendas sobre unos espejos negros de Izrador, el pesar por la pérdida de Eirin estaba en el corazón de todos.
A la mañana siguiente, de vuelta a Roca de Durgis, una silueta renqueante se perfiló en horizonte. Zeph y Craudan se adelantaron para realizar una rápida exploración, que reveló a un orco herido que venia de Roca de Durgis. Tras recordar las nociones que tenia del idioma orco, enseñado por mi maestra, y con un poco del “carisma” de mi hermano, logramos descubrir que la fortaleza había sido atacada. La desesperación cundió en el grupo.
Rhian, con el rostro transfigurado en una mascara de odio avanzo y envolvió en llamas a la criatura, y nos apremió a continuar el viaje. Mediante sus ancestrales poderes, lanzo un reclamo mágico al viento, congregando rápidamente una manada de potros salvajes. Con una nueva determinación cabalgamos prestos al encuentro de una imagen espantosa. Enormes columnas de humo se elevaban en el horizonte, presagiando lo peor.
Al coronar la cima de una colina el espectáculo resulto desazonador. Piras de muertos rodeaban unas murallas tomadas por un ejército de proporciones enormes, apoyados por brutales golems de pétrea constitución. Una monstruosa criatura sobrevolaba la ciudad. Al ascender otra colina, pudimos ver el interior de la ciudad. Fuegos, derrumbes, cadáveres y orcos borrachos creaban un fatídico panorama. Sin embargo aún había esperanza, el salón de los héroes no parecía que aún hubiese sido tomado, aunque no podría aguantar mucho.
Dunk nos mostró un pasaje secreto para llegar a la ciudadela, el último reducto de la fortaleza.
Mientras Wendel y Dunk permanecerían en la superficie, vigilando la entrada, Rhian y Bayal atacarían a las fuerzas de la sombra que había en Roca de Durgis, distrayendo al ejército, mientras que el resto accederíamos al complejo de túneles para llegar hasta Wooden, con la esperanza de encontrarlo con vida.
La entrada era oscura y húmeda, y por ella accedíamos a un mundo de conflicto y pavor. ¿Sería esta la caída de uno de los últimos reductos enanos?
jueves, 13 de septiembre de 2007
Objeto mágico (Glinthol: El Yelmo del Rey Ciego)
Glinthol: El Yelmo del Rey Ciego
Este maravilloso yelmo fué forjado en acero y posee adornos en toda su superficie, sin embargo, toda la cara queda tapada y es imposible ver con él puesto. Fue forjado siglos atrás para un viejo rey sarcosano que quedó ciego en batalla. Éste decidió librar su batalla final hasta la muerte viajando solo hasta una fortaleza orca. Se cuenta que allí, antes de morir, consiguió acabar con tantos orcos como años tenía. La leyenda del Rey ciego inspira el honor y la valentía en el corazón de los hombres nobles, al demostrar que no pueden existir impedimentos en la vida para realizar el bien, aún si esos impedimentos parecen ser la muerte misma...
Este maravilloso yelmo fué forjado en acero y posee adornos en toda su superficie, sin embargo, toda la cara queda tapada y es imposible ver con él puesto. Fue forjado siglos atrás para un viejo rey sarcosano que quedó ciego en batalla. Éste decidió librar su batalla final hasta la muerte viajando solo hasta una fortaleza orca. Se cuenta que allí, antes de morir, consiguió acabar con tantos orcos como años tenía. La leyenda del Rey ciego inspira el honor y la valentía en el corazón de los hombres nobles, al demostrar que no pueden existir impedimentos en la vida para realizar el bien, aún si esos impedimentos parecen ser la muerte misma...
domingo, 9 de septiembre de 2007
Enanos (El Clan Durgis)
El Clan Durgis
El clan Durgis es uno de los pocos clanes que forman parte de los kurgun, los enanos que todavía viven en la superficie. Nunca fue un clan grande, y a menudo los otros enanos lo miraban con desdén, ya que era el único clan que aceptaba extranjeros entre sus filas.
Sin embargo, esta voluntad de aceptar extranjeros acabaría demostrando ser una ayuda para los durgis. Los exiliados a los que proporcionaron hogar y refugio suelen estar tan sumamente agradecidos que su lealtad roza el fanatismo. Su aperturismo también significa que el desgaste de la tercera edad no ha sido tan grande para ellos. Hay rumores que entre otros clanes que una de las ramas del clan Durgis ha llegado a aceptar en su fortaleza a un grupo de elfos, y que estos luchan codo con codo junto a los enanos contra la sombra.
El clan Durgis es uno de los pocos clanes que forman parte de los kurgun, los enanos que todavía viven en la superficie. Nunca fue un clan grande, y a menudo los otros enanos lo miraban con desdén, ya que era el único clan que aceptaba extranjeros entre sus filas.
Sin embargo, esta voluntad de aceptar extranjeros acabaría demostrando ser una ayuda para los durgis. Los exiliados a los que proporcionaron hogar y refugio suelen estar tan sumamente agradecidos que su lealtad roza el fanatismo. Su aperturismo también significa que el desgaste de la tercera edad no ha sido tan grande para ellos. Hay rumores que entre otros clanes que una de las ramas del clan Durgis ha llegado a aceptar en su fortaleza a un grupo de elfos, y que estos luchan codo con codo junto a los enanos contra la sombra.
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