Capítulo 3: Regreso a Agua Rápida (Ulf)
La desesperanza se extendió sobre el grupo. Para aquellos que habíamos vivido en Roca de Durgis, la muerte de Wooden, había supuesto un tremendo golpe. Nuestras esperanzas de vencer a la sombra, siempre habían sido forjadas alrededor del Dorith; era como los cimientos de nuestra causa, sin él, se tambaleasen.
Los cariacontecidos rostros de Dennyn y de Craudan, hablaban por si solos sobre la desesperación de haber perdido a Rhian, la avatar de la Reina Bruja, aquella a la que habían confiado su vida, y todo sea dicho, también su esperanza.
Dunk, que acababa de recibir la noticia de la muerte de su señor y de la definitiva caída de la fortaleza, temblaba de furia, pero fiel a sus raíces enanas, enseguida encontró otra causa en la que ser útil: al parecer, algunos supervivientes enanos (la mayor parte niños y mujeres) habían logrado escapar, y se dirigían al asentamiento de Veta de Plata. Así pues, con una mirada dura y un par de palabras de despedida, el enano ascendió la empinada ladera hasta perderse de vista.
Wendel propuso el único plan factible. Viajar con él, en su barco hacía Aguarrápida, lugar en el que encontraríamos a Gweala, la mujer de Dennyn, miembro activo de la resistencia en el lugar. Allí, podríamos reaprovisionarnos, trazar una ruta hasta Caradul, y obtener información sobre los movimientos de la Sombra en la zona. Con todo el mundo de acuerdo, subimos al barco y partimos río abajo. El viaje iba a durar tres días, tres días de inactividad total sobre la cubierta del estrecho bajel, durante los cuales, debíamos reposar y replantearnos la situación. Para mí el trayecto iba a suponer una tortura. Nuevas cicatrices surcaban mi cuerpo, curadas, sí, pero aun así, había vuelto a comprobar que aun no era un oponente digno para las fuerzas de Izrador. Mi hermana casi había muerto, golpeada brutalmente por un bestial orco, había visto como iba desangrándose ante mis ojos, y yo, postrado en el suelo, acorralado por los orcos, golpeado y maltrecho, casi había sucumbido con esa imagen grabada en mi retina. Si los dioses ya no escuchaban, no quería saber quien me había dado las fuerzas para levantarme y volver a golpear, una y otra vez, hasta lograr protegerla a ella y a mis otros compañeros.
Durante la tercera noche de travesía, la que debía ser la última, en una de las riberas vimos a dos niños de aspecto descuidado y famélico, pescando en medio de la oscuridad. Nuestro destino estaba cerca, por lo que desestimamos varar la barca para descubrir que ocurría.
Al aproximarnos al pueblo, surgieron de la oscuridad varios fogonazos, señales luminosas, que según Wendel pedían que nos acercamos. En efecto, al poco observamos a un pequeño halfling que, alterado, nos hacía aspavientos para que nos acercásemos a la orilla. Atento escuche lo que nos gritaba. Aguarrápida había sido ocupada por una gran guarnición de orcos, la escolta de un legado. Más buenas noticias, maldita sea!. Aún así tuvimos la suerte de que Wendel nos podía entrar escondidos en la zona. Nos acercamos a la puertas que atravesaba el río, donde se nos dio el alto. Todos estábamos escondidos bajo la carga que transportaba el barco, por lo que solo pudimos hacernos una idea aproximada de lo que ocurría. Sonido de pesadas pisadas atravesaron la cubierta, y unas voces autoritarias mandaron enseñar la carga. El “plop” de una botella descorchada paso desapercibido para todos, pero su contenido no. Un hedor a excremento se extendió por toda la cubierta, impregnando todo con su fetidez. Muy servicial, Wendel explicó que parte de la mercancía eran excrementos para usarse de abono, ante lo cual los centinelas desalojaron el barco y le permitieron el acceso a la urbe.
Una vez dentro se nos reunió a todos en el almacén de Wendel. Cansados y mareados por el hedor del barco, atravesamos el pueblo, antes bullicioso, y ahora temeroso de salir a la calle. Una vez reunidos se nos expuso lo sucedido. Se buscaba a unos viajeros elfos, mensajeros de la Reina Bruja, y a todos aquellos que les hubieran ayudado. Pero la resistencia poseía una información aún más importante, el legado residente en el pueblo había perdido a su astirax, que había desaparecido al notar una fuente mágica al norte.
Mientras, otro legado mucho más poderoso, conocido como Jael el Cazador, había estado rastreando la zona. Pesarosos tras todo lo pasado, y temerosos de lo que podría ocurrir en los días venideros, nos despedimos de nuestros anfitriones y nos dispusimos a dormir. A mitad de la noche, el sonido de pisadas por la sala me despertó. Encontré a Zeph y a Craudan cuchicheando al fondo del almacén, mientras mi hermana estudiaba su grimorio. Me acerqué para abroncarles por meter jaleo a esas horas, pero me replicaron que alguien había entrado en la habitación durante la noche, por un ventanuco. Obviamente no les creí. Mis agudizados sentidos me habrían despertado al momento. Debiluchos ereños acostumbrados a sus ciudades… Decían haber encontrado un paño bordado con no sé que inscripción… más tonterías. Volví a mi jergón y, mientras me dormía, ví como Dilara intentaba ayudar a los otros dos, hasta parecía dar credibilidad a lo del trozo de tela que le enseñaban… para qué nos iba a servir un pedazo de tela...
A la mañana siguiente los ánimos estaban más calmados. Decidimos dividirnos para estudiar le pueblo y discernir la mejor manera de ayudar a los presos y a los aterrorizados ciudadanos. Dilara y yo recorrimos las estrechas callejuelas, intentado conseguir información, pero todo resulto en vano. Los que no estaban demasiados asustados para hablar, despotricaban insensateces y patrañas. Cuando nos reunimos en el almacén, se relejó el fin de nuestras pesquisas. Al parecer Gweala había escapado, hacia un lugar usado por los contrabandistas del lugar para esconder material, la Cueva de la Lágrima Caída. Habían conseguido información sobre el lugar por medio de Lewelian, un bardo que actualmente residía en la localidad. Este último, había presenciado junto con el resto del grupo los abusos cometidos por un gigantesco orco, que a las órdenes de un legado le había propinado una brutal paliza al alcalde, consiguiendo al final que les revelaran el lugar de las cuevas. El bardo había intervenido para detener la brutal paliza, consiguiendo su objetivo, sí, pero solo para recibirla él instantes después.
Así pues había un grupo de la sombra, liderado por un legado en camino a la misma cueva a la que debíamos acudir nosotros, en la cual se escondía la mujer de Dennyn, Gweala. Cojonudo, esto prometía algo de acción. Tanto pasear por el pueblo y hablar de estupideces estaba empezando a aburrirme. Necesitaba aire, ejercicio, y porque no, una buena pelea. Por la descripción del orco apalizador de alcaldes, esta iba a serlo, sin duda.
Tras realizar las diversas y aburridas tareas de reunir suministros y pertrechos para el camino, que al parecer sería por alta montaña, despedirnos de las o menos importantes personalidades del pueblo y desearnos suerte, partimos en pos de la partida de caza del legado. Ellos habían tomado el camino conocido, un largo y serpenteante camino, fácil pero largo. En cambio nosotros, para no restar diversión al viaje y, de paso, ganar algo de tiempo, utilizamos la antigua senda que atravesaba la cordillera, el llamado Camino Alto. Empinada, peligrosa, salvaje y no muy usada, era un camino excelente para nuestro grupo, al menos para mí. Farallones verticales, precipicios, grietas que desembocaban en profundas simas como ejercicio matutino, mezclado con un estupendo día invernal, con un gélido aire tonificador. Esto es vida, sí señor, por un momento llegué a olvidar a Izrador y todo el sufrimiento que ha causado.
A mitad camino, tras casi haber perdido a Craudan en el intento de cruzar un acantilado, llegamos a un camino que se elevaba sobre la vía principal. Pudimos ver a la partida del legado, cuatro orcos con sus toscas espadas, un brutal y gigantesco orco de élite, cabecilla de estos, y al legado. Ni el aire de superioridad ni su marcial armadura parecían impresionar lo más mínimo al enorme orco, que discutía con violencia con él.
Dilara, conocedora de su idioma, se acerco reptando hasta el borde del risco para escuchar, y en el momento en que volvía, se paró con cara de sorpresa y miedo. Sobre la fronda a nuestras espaldas se oyó el graznido de un cuervo, tétrico y fantasmal. Mientras el rostro de la hechicera se tornaba pálido, todos giramos nuestras cabezas. Dos siluetas emergían poco a poco, con andares torpes y tropezando del linde del bosque. Una estaba siendo rodeada de cuervos, que volaban a su alrededor, congregándose en sus hombros. La otra, vestida con prendas de cuero semi podridas, se acercaba con su mirada clavada en nosotros. No eran muy grandes ni parecían ir armados, pero mi experiencia me avisó. Aquellos dos tipos eran peligrosos. El que iba vestido de cuero alzo una mano, de forma desdeñosa señalándonos, y tras él surgió una inmensa mole de carne podrida y pelaje correosa con la forma de un oso. El terror se adueño de mí. No podía pensar con claridad, maldita sea, no podía ni moverme, lo ví claro, era magia. Por el rabillo del ojo observe aterrado el estado del grupo. Todos temblaban, pálidos y con cara de locos. La única que se mantenía firme frente a los caídos era mi hermana. Que vieran esos debiluchos ereños, que observaran la grandeza de los dornios. Uno de los dos espectros putrefactos, el de los malditos cuervos, destelleó durante un segundo, para aparecer al instante con la mano engarfiada sobre el cuello de mi hermana. Intente rugir para liberarme del pánico, para fortalecer mi voluntad, pero fue en vano. Odio la magia.
- ¿Que hacéis en nuestro dominio humanos?- El sonido gutural surgió de una garganta muerta.
- Vamos a… ¡Ahhhh!- La presa se cerró más sobre su nívea garganta.
- En tres palabras escoria. ¿Qué hacéis aquí?
- Cueva Lagrimas Caídas-
Mi hermana se esforzaba por superar el pavor y por intentar contestar coherentemente. El muerto viviente abrió mucho los ojos al oír el nombre de la cueva. Gritó preguntando que sabíamos de la cueva, que queríamos hacer allí. Ella, cerca del ataque de pánico explicó una y otra vez que íbamos por una visión que había tenido... de que demonios estaba hablando? yo no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Que íbamos para proteger el nexo de poder de la amenaza de la sombra. Ante esas palabras el caído la soltó bruscamente. La furia se marcaba en su semblante deteriorado por los siglos. Tras cada palabra de mi hermana, explicándole lo del legado, el grupo que se dirigía a la cueva, el rostro se crispaba más. ¡Parecía que iba a estallar! El muy bastardo miro detenidamente a su acompañante, y ante un gesto de aquidiscencia de este, elevó los brazos, alzó la voz y una gigantesca bandada de cuervos los envolvió a los dos, haciéndolos desaparecer de nuestra vista.
Cuando los pajarracos se dispersaron, habían desaparecido ambos. Comenzamos a sobreponernos al miedo, mi hermana se derrumbó de rodillas por la tensión sufrida, estremecida.
Acudí junto a ella, mil preguntas y una enormeculpa por no haberla podido ayudar atormentaban mi mente. Se recuperó al beber un poco de agua y, mientras los demás comentaban lo sucedido, le pregunte que era eso de las visiones. Me habló largamente, sus ojos tristes fijos en mí. La noche que pasamos en el almacén de Wendell, explicó, tras haber terminado de estudiar los textos del grimorio, había caído presa de un profundo sopor. Algo mágico rodeaba el sueño, algo que le recordaba a Baitu, su maestra. En un momento del sueño se vio transportada a una cueva, por la que caminó, sumida en la oscuridad, pero segura del camino. Arribó a un estanque subterráneo, de aguas cristalinas, con una एनोर्म estalactita cayendo en medio del lago. Justo al entrar, oyó el sonido de una gota al caer en el agua, seguida de una risa juvenil. El sueño acabó bruscamente, con las primeras luces del día, momento en que yo la desperté.
Si eso era cosa de Baitu, maldita sea, podría haber sido más concisa. Dí por sentado que debía ser sobre la cueva a la que íbamos, era lo más sensato. Nos reunimos con los demás, para proseguir el camino. Ahora ya no tenía sentido ir lentamente, con sigilo. Zeph, durante la aparición de los que caídos, había observado como el grupo del legado se había percatado de nuestra presencia, ya fuese por la congregación de aves o por el sonido de la espantosa voz del aquel ser. Corrimos velozmente hacia la abertura que se distinguía a lo lejos, en la ladera de una montaña. El camino se alejó del seguido por el otro grupo, por lo que los perdimos de vista. Si tardábamos demasiado, ya habrían llegado, y no quería ni pensar de la escena que nos encontraríamos.
Cuando arribamos a la cueva, mas desesperanza. Cuatro figuras yacían inmóviles sobre el suelo. Cuatro halflings, heridos en la mente, ya que el cuerpo no presentaba ninguna marca o herida. Vi como Dennyn, mostrando el respeto debido a sus antiguos camaradas, los recogía uno a uno, para depositarlos con cuidado, los ojos cerrados por toda la eternidad, en una de las salas laterales; un entierro con honor, era lo más adecuado. El halfling no sólo había demostrado ser un gran combatiente, si no que además era honorable, que me convierta en legado si miento cuando digo que tiene mi respeto.
No pude evitar ver el suspiro de esperanza del mediano, su mujer no se hallaba entre los caídos. No había huellas de lucha, por lo que seguimos hacia el interior de la cueva. Mientras investigamos la siguiente cámara, Dilara se tensó de golpe, un estremecimiento recorriendo su cuerpo, y comenzó a caminar hacía la oscuridad de la profundidad de la cueva. Sabiendo todo lo referente a sus visiones, alerte al resto del grupo, prefiriendo que nos condujera al lugar que veía en sus sueños. Sin más luz que la de una antorcha, nos introdujimos profundamente en la hendidura de la montaña. Atravesamos pasillos silenciosos, donde las alimañazas escapaban de nosotros, siguiendo a una imperturbable Dilara.
Se detuvo ante un estrecho pasaje que se hundía en la madre tierra. La humedad regalimaba de las paredes, creando un ambiente calido y húmedo. Sin vacilación alguna, se introdujo por el pasillo, sus manos acariciando suavemente las rugosas paredes. No pude dejarla sola, y pese al regusto sobrenatural que impregnaba mi boca, fui a afrontar con ella lo que el destino nos deparaba. El resto, temerosos de la oscuridad y con la curiosidad picada, nos siguieron. Fue como encontrarse en otro lugar.
Una vez pude ver el final del pasillo, la tranquilidad me inundo. Un frescor vigorizante tonificó mis cansados músculos y, por los entrecortados suspiros de los demás, comprendí que algo mágico rondaba en el lugar, así que aquello no me hacía mucha gracia. El lago de los sueños de mi hermana estaba ante mis ojos. Una caverna natural de unos diez metro de diámetro, circular, con un estanque de brillante y fresca agua cristalina en el centro, coronado por una estalactita que señalaba el centro del lago, goteando en éste.
De pronto una risa infantil surgió de la penumbra. Dilara se sobresaltó y se sobrepuso del trance. Sobrecogedor. Dilara, hablando con voz calmada, invitó a la propietaria de la risa a salir, a mostrase, asegurando nuestra bondad. Ella se mostró y un ser de agua, con las proporciones de una niña, apareció ante nosotros. Habló de cosas que yo no comprendo, ciclos señalados por gotas de agua, sobre años de espera... lo que sí entendía era el peligro de ser encontrada por la Sombra. Nos habló de sus guardaespaldas, aquellos que nos encontramos en el camino de la montaña. Todos, embargados por una paz interior inexplicable nos sobresaltamos cuando dijo que nuestros enemigos estaban en las cercanías. La furia se apoderó de mí al comprender que por culpa del legado debía abandonar el revificante hormigueo que invadía mi cuerpo.
La situación era complicada. Si atacábamos al discípulo de Izrador el pueblo se estaría en problemas y, seguramente, sería arrasado. Se habían portado bien con nosotros, no se merecían eso. Por otra parte, si decidíamos huir dejando a la fata indefensa, el enemigo tomaría su poder volviéndose más poderoso, demasiado tal vez.
Mi hermana, con la típica terquedad Dornita, se mostraba inflexible, no tenía intrención de abandonar al mágico ser a su suerte, y cuando todos los demás tratamos de convencerla se ofendió profundamente. Ví el dolor y la petición de ayuda en sus ojos al mirarme. Debe aprender, no siempre estaré a su lado protegiéndola.
Tras discutir, tomamos la única decisión posible. El túnel de acceso a la cámara de la ondina debía ser bloqueado. Comenzamos el trabajo: picamos, golpeamos, horadamos la dura roca para protegerla. El túnel comenzó a ceder y finalmente se desprendió, con los ojos del mágico ser clavados en los nuestros.
Se acercaban, podíamos oírlos. La oscuridad se alió con nosotros ofreciéndonos cobijo de nuestros perseguidores. Reniegos y pisadas se oían por toda la caverna. Tres siluetas se perfilaban en la oscuridad: el legado, con sus negras ropas y una armadura de metal oscuro, seguido por el imponente orco y otro de un tamaño menor. Comienzaron a rebuscar por la zona. El humano entonó letanías de odio y aflicción, observando atentamente el lugar. En el momento en que enfocó el túnel derruido, lanzó un gemido de dolor y se llevó las manos a cubrirse los ojos.
-Apartad esas rocas! Ahora!- ordenó a los orcos, y estos comenzaron a desbloquear el túnel mientras el sacerdote oscuro se relamía y miraba triunfante el descubrimiento. Maldita magia.
-No podemos permitir que la encuentren...- gimió mi pequeña hermana, y entonces Dennyn saltó sobre el legado, golpeándolo con ambos puños la cabeza. Mientras aterriza con una voltereta, el humano cayó golpeando la pared y después el suelo, aturdido. Craudan, silencioso como una araña se liberó del sudario oscuro que lo envolvía en las sobras y clavó repetidamente las dagas en la espalda del soldado orco. -Me toca!- pensé el grande es para mí, era una cuestión de orgullo y honor, algo de lo que los dornitas podíamos enseñar a las demás razas. Dilara ya estaba en pleno sortilegio, y el montaraz asía fuertemente las urutuk gemelas que le había dado Wooden.
Así que era el momento, Rugí un grito de batalla familiar pidiendo protección y guía a mis ancestros y me abalancé sobre el brutal orco. Canalicé todas mis fuerzas a través del mango del hacha. La sientía en mis manos, agradecí el silbido que emitía al oírla cortar el aire, y cuando veinte centímetros de brillante hoja metálica se incrustaron en el pecho del orco, emití un grito de triunfo, devictoria. Ese golpe habría tumbado un caballo sarcosano!. Sin embargo, el brutal orco de élite no cayó. Se recobró apenas al instante del impacto, y comienzó a atacar con los puños. Craudan esquivaba una y otra vez la espada de su oponente, clavando ocasionalmente sus dagas en la carne del otro. La caverna se alumbraba esporádicamente con brillantes deflagraciones que surgen de las manos de mi hermana. Dennyn se cebaba brutalmente con el caído legado, que poco a poco recobraba el conocimiento. Las cantaban urutuck con su sonido silbante el ritmo del combate, contrastado por los mugidos de dolor de un oponente al ser herido.
Pero el orco no caía. Me golpeaba una y otra vez y, con cada golpe, no podía si no retroceder. Sentí mi hombro desgarrarse. Reuniendo fuerzas contracargué hundiendo profundamente la placa pectoral del orco. Por primera vez retrocedió. Mientras, Craudan y Zeph dieron buena cuenta del otro, acercándose por la espalda a mi fiero enemigo.
De nuevo, tal y como había sucedido en Roca de Durgis, demuestré no ser aún lo suficientemente fuerte, las fuerzas me abandonaban. Son muchos los golpes que había recibido y el maldito orco no parecía resentirse.
Finalmente, a pesar de los ataques de Dennyn el legado se alzó. Fulminando con la mirada al halfling y, alzando su mano sobre él y un fuego oscuro surgió de su palma. Dennyn gritó de dolor, un grito tan intenso que sofocó el ruido del combate. El dolor debía ser indescriptible para que el pequeño defensor gritase. Por los dioses que ya no escuchan, no podía hacer nada. Sin embargo Dilara pareció leer mis pensamientos, y acudió corriendo al lado del mediano, golpeando con fiereza al humano con su báculo. Mientras, el legado, invocó el poder de Izrador, y las heridas del descomunal orco comenzaron a cerrarse. Maldición, necesitaba ayuda, ni yo podía mantenerlo a raya mucho tiempo más.
Hacía rato que había desistido en mi intención de acabar con él yo solo. El combate había sucumbido en un ir retrocediendo he intentar bloquear y resistir los golpes. Entonces me jugué el todo por el todo y lancé el que se podría haber sido mi último ataque. -O acabo con el o muero- pensé.
Sin embargo ese orco no sólo era más fuerte, más resistente e iba mejor armado que yó, sino que también tenía más experiencia en combate. Se percató de mi movimiento, retrocedió y esquivó fácilmente mi poderoso golpe -demasiado pronto, me he precipitado y me faltan fuerzas para redirigir el golpe- lamenté., mi hacha golpeó la piedra y lo siguiente que sentí fue estallar mi pecho con el tremendo contragolpe que recibí y me envió contra al otro lado de la estancia.
Al ver la escena Craudan adoptó un semblante de incredulidad que se tornó terror cuando vió que la mole de carne y acero se encaraba con él y era su único adversario. El pícaro combatió con valor, sin embargo tras encajar el orco el ataque del, a su lado, diminuto humano, le asestó un brutal ataque que impactó en pleno plexo solar del ladrón. Tras aterrizar en el suelo y ver la antianatómica postura en la que había caído Craudan, lo supe, Craudan estaba roto, había muerto.
Rují de rabia, grité de dolor, reuní todas mis fuerzas para intentar levantarme apoyándome en el hasta del hacha, todo inútil, no me quedan fuerzas y también estoy demasiado roto.
Sin embargo, un halo de esperanza, un líquido refrescante regalimaba de las paredes empapándome mientras una risa infantil se escurría por las grietas del túnel derruido.
Calambres de energía recorrieron mi cuerpo y me impulsaron a seguir. Me levanté lentamente, sopesando mis nuevas fuerzas. Sujetando con firmeza el arma, la levanté mientras buscaba la mirada del orco. Sorpresa en un rostro surcado de cicatrices – te creías duro bastardo? Eso es que nunca habías luchado con un dornita!. Sorprendido? Tarde imbécil, ahora me toca a mí-. Me abalancé sobre él, y proyecto el filo de mi arma hacia su pecho. El golpe atravesó el pectoral, corriendo sobre su carne, cercenando músculos y tendones con limpieza. El regocijo hizo que tirase del arma y, tras oír el consiguiente sonido de succión, volví a arremeter. Finalmente el bestial orco cayó, desplomándose como un gran árbol acabado de talar.
Cuando recobré la conciencia de lo que me rodeaba ví el cariacontecido rostro de mi hermana que me miraba señalando hacia un bulto enroscado en una pared. Era Craudan. Aunque Dennyn estaba haciendo lo imposible por recuperarlo fue imposible. Estaba desmadejado como una muñeca rota. Suspiros en la oscuridad.
La fata nos impulsó a liberar la entrada de nuevo. Al verla todo el esfuerzo anterior quedó diluido en la calida sensación que provoca. Habló mostrándonos su agradecimiento y nos transmitió su pena por la muerte de nuestro compañero. Se sentía en deuda con nosotros, por lo que alzó hacia mi un pequeño objeto. Era un cuenco, con una plateada gota de agua en ella. Aquello nos permitiría invocarla por medio del agua mágica que contenía el cuenco si adivinábamos su nombre, y entonces nos recitó una poesía que no era si no una adivinanza, Zeph sonreía, acaso ya sabía la respuesta?
Era hora de partir, hora de irnos, acudir al pueblo, contar todo lo ocurrido y advertirlos del peligro.
El viaje fue largo, el camino mas sencillo que el anterior, pero con la pena de perdida de Craudan viajamos es silencio, cada vez que tomábamos un camino perdíamos a alguien.
Cuando llegamos a Aguarápida, exhaustos y agotados Wendell nos esperaba en el almacén, impaciente por saber lo ocurrido. Lewelian apareció con el alcalde, y se muestraron asustados al saber todo lo acontecido en la cueva. Necesitábamos descansar, reposar, recuperar fuerzas. Yo había sido bendecido por la ondina pero el resto estaba rendido.
Lewelian mencionó la aparición de un caballero sarcosano, encontrado a la deriva en el Eren। Nos dijo que lo tenían en una casa vigilada. Así que decidimos encontramos con él antes de descansar. y Dilara con calidas palabras le insta a informarnos de su historia. He sido atacado, dice con muecas de dolor, mis hombres, un dragón. -¿Dónde esta mi caballo? ¡Mi caballo!- Desvariaba. En la habitación había una jóven semielfa, hija de Lewelian... -Esa si que debe ser una buena historia, jajaja!!!!- pensé. Nada podíamos hacer por él ahora, así que nos retiramos al almacén para descansar.
Con las primeras luces, Neliel, hija de Lewelian, nos despertó a todos con gritos de miedo। Nos instó a seguirla, y corremos tras ella temiendo lo peor. Salimos por la puerta, y el poco sol que atravesaba la densa capa de nubes que siempre recubría Ayrith golpeó nuestros adormecidos ojos, que poco a poco fueron haciéndose una idea de la situación. Columnas de humo se elevaban en el pueblo, casas en llamas, cadáveres, patrullas orcas destrozándolo todo a su paso, y frente al almacén, un oscuro legado, a cuyos pies se hallaba la semielfa, sobre una infernal montura equina, y rodeado por dos lobos gigantes de pútridas pelambres, nos observaba rodeado de orcos.
Sonrió al vernos, y acercándose dijo con una voz de muerte. -¿Quién es vuestro líder?- al no obtener respuesta se puso nervioso, y eso no es bueno, ese legado parecía más animal que hombre y un animal nervioso es siempre muy peligroso. Al final mi hermana dió un paso al frente, y le sostuvo la mirada – que bien hermanita, otra vez tendré que jugarme el pellejo por ti? No estaré siempre ahí, lo saber, verdad?-.
El dialogo se hizo tenso, y al erizarseme los pelos de la nuca, sentí lo peligroso de la situación, sabía quienes éramos y que hacemos aquí; al final exigió que le entregásemos el estuche que yo portaba. Al final mi hermana cedió ante tan terrible presencia. Se acercço hacia mí y me pidió que le entregase la última voluntad del gran y valiente Wooden. Si sólo hubiese estado en juego mi vida me hubiese enfrentado al legado, pero otros dependían de mi decisión, así que al final se lo entregué. El legado, cuyo nombre ya conocía, Jael el Cazador, tomó el estuche de mis manos, lo observó con curiosidad y complacencia y se alejó de nosotros asaeteando nuestros oídos con una infernal risa. Una sola palabra surgió de sus labios: ¡MATADLOS!
La desesperanza se extendió sobre el grupo. Para aquellos que habíamos vivido en Roca de Durgis, la muerte de Wooden, había supuesto un tremendo golpe. Nuestras esperanzas de vencer a la sombra, siempre habían sido forjadas alrededor del Dorith; era como los cimientos de nuestra causa, sin él, se tambaleasen.
Los cariacontecidos rostros de Dennyn y de Craudan, hablaban por si solos sobre la desesperación de haber perdido a Rhian, la avatar de la Reina Bruja, aquella a la que habían confiado su vida, y todo sea dicho, también su esperanza.
Dunk, que acababa de recibir la noticia de la muerte de su señor y de la definitiva caída de la fortaleza, temblaba de furia, pero fiel a sus raíces enanas, enseguida encontró otra causa en la que ser útil: al parecer, algunos supervivientes enanos (la mayor parte niños y mujeres) habían logrado escapar, y se dirigían al asentamiento de Veta de Plata. Así pues, con una mirada dura y un par de palabras de despedida, el enano ascendió la empinada ladera hasta perderse de vista.
Wendel propuso el único plan factible. Viajar con él, en su barco hacía Aguarrápida, lugar en el que encontraríamos a Gweala, la mujer de Dennyn, miembro activo de la resistencia en el lugar. Allí, podríamos reaprovisionarnos, trazar una ruta hasta Caradul, y obtener información sobre los movimientos de la Sombra en la zona. Con todo el mundo de acuerdo, subimos al barco y partimos río abajo. El viaje iba a durar tres días, tres días de inactividad total sobre la cubierta del estrecho bajel, durante los cuales, debíamos reposar y replantearnos la situación. Para mí el trayecto iba a suponer una tortura. Nuevas cicatrices surcaban mi cuerpo, curadas, sí, pero aun así, había vuelto a comprobar que aun no era un oponente digno para las fuerzas de Izrador. Mi hermana casi había muerto, golpeada brutalmente por un bestial orco, había visto como iba desangrándose ante mis ojos, y yo, postrado en el suelo, acorralado por los orcos, golpeado y maltrecho, casi había sucumbido con esa imagen grabada en mi retina. Si los dioses ya no escuchaban, no quería saber quien me había dado las fuerzas para levantarme y volver a golpear, una y otra vez, hasta lograr protegerla a ella y a mis otros compañeros.
Durante la tercera noche de travesía, la que debía ser la última, en una de las riberas vimos a dos niños de aspecto descuidado y famélico, pescando en medio de la oscuridad. Nuestro destino estaba cerca, por lo que desestimamos varar la barca para descubrir que ocurría.
Al aproximarnos al pueblo, surgieron de la oscuridad varios fogonazos, señales luminosas, que según Wendel pedían que nos acercamos. En efecto, al poco observamos a un pequeño halfling que, alterado, nos hacía aspavientos para que nos acercásemos a la orilla. Atento escuche lo que nos gritaba. Aguarrápida había sido ocupada por una gran guarnición de orcos, la escolta de un legado. Más buenas noticias, maldita sea!. Aún así tuvimos la suerte de que Wendel nos podía entrar escondidos en la zona. Nos acercamos a la puertas que atravesaba el río, donde se nos dio el alto. Todos estábamos escondidos bajo la carga que transportaba el barco, por lo que solo pudimos hacernos una idea aproximada de lo que ocurría. Sonido de pesadas pisadas atravesaron la cubierta, y unas voces autoritarias mandaron enseñar la carga. El “plop” de una botella descorchada paso desapercibido para todos, pero su contenido no. Un hedor a excremento se extendió por toda la cubierta, impregnando todo con su fetidez. Muy servicial, Wendel explicó que parte de la mercancía eran excrementos para usarse de abono, ante lo cual los centinelas desalojaron el barco y le permitieron el acceso a la urbe.
Una vez dentro se nos reunió a todos en el almacén de Wendel. Cansados y mareados por el hedor del barco, atravesamos el pueblo, antes bullicioso, y ahora temeroso de salir a la calle. Una vez reunidos se nos expuso lo sucedido. Se buscaba a unos viajeros elfos, mensajeros de la Reina Bruja, y a todos aquellos que les hubieran ayudado. Pero la resistencia poseía una información aún más importante, el legado residente en el pueblo había perdido a su astirax, que había desaparecido al notar una fuente mágica al norte.
Mientras, otro legado mucho más poderoso, conocido como Jael el Cazador, había estado rastreando la zona. Pesarosos tras todo lo pasado, y temerosos de lo que podría ocurrir en los días venideros, nos despedimos de nuestros anfitriones y nos dispusimos a dormir. A mitad de la noche, el sonido de pisadas por la sala me despertó. Encontré a Zeph y a Craudan cuchicheando al fondo del almacén, mientras mi hermana estudiaba su grimorio. Me acerqué para abroncarles por meter jaleo a esas horas, pero me replicaron que alguien había entrado en la habitación durante la noche, por un ventanuco. Obviamente no les creí. Mis agudizados sentidos me habrían despertado al momento. Debiluchos ereños acostumbrados a sus ciudades… Decían haber encontrado un paño bordado con no sé que inscripción… más tonterías. Volví a mi jergón y, mientras me dormía, ví como Dilara intentaba ayudar a los otros dos, hasta parecía dar credibilidad a lo del trozo de tela que le enseñaban… para qué nos iba a servir un pedazo de tela...
A la mañana siguiente los ánimos estaban más calmados. Decidimos dividirnos para estudiar le pueblo y discernir la mejor manera de ayudar a los presos y a los aterrorizados ciudadanos. Dilara y yo recorrimos las estrechas callejuelas, intentado conseguir información, pero todo resulto en vano. Los que no estaban demasiados asustados para hablar, despotricaban insensateces y patrañas. Cuando nos reunimos en el almacén, se relejó el fin de nuestras pesquisas. Al parecer Gweala había escapado, hacia un lugar usado por los contrabandistas del lugar para esconder material, la Cueva de la Lágrima Caída. Habían conseguido información sobre el lugar por medio de Lewelian, un bardo que actualmente residía en la localidad. Este último, había presenciado junto con el resto del grupo los abusos cometidos por un gigantesco orco, que a las órdenes de un legado le había propinado una brutal paliza al alcalde, consiguiendo al final que les revelaran el lugar de las cuevas. El bardo había intervenido para detener la brutal paliza, consiguiendo su objetivo, sí, pero solo para recibirla él instantes después.
Así pues había un grupo de la sombra, liderado por un legado en camino a la misma cueva a la que debíamos acudir nosotros, en la cual se escondía la mujer de Dennyn, Gweala. Cojonudo, esto prometía algo de acción. Tanto pasear por el pueblo y hablar de estupideces estaba empezando a aburrirme. Necesitaba aire, ejercicio, y porque no, una buena pelea. Por la descripción del orco apalizador de alcaldes, esta iba a serlo, sin duda.
Tras realizar las diversas y aburridas tareas de reunir suministros y pertrechos para el camino, que al parecer sería por alta montaña, despedirnos de las o menos importantes personalidades del pueblo y desearnos suerte, partimos en pos de la partida de caza del legado. Ellos habían tomado el camino conocido, un largo y serpenteante camino, fácil pero largo. En cambio nosotros, para no restar diversión al viaje y, de paso, ganar algo de tiempo, utilizamos la antigua senda que atravesaba la cordillera, el llamado Camino Alto. Empinada, peligrosa, salvaje y no muy usada, era un camino excelente para nuestro grupo, al menos para mí. Farallones verticales, precipicios, grietas que desembocaban en profundas simas como ejercicio matutino, mezclado con un estupendo día invernal, con un gélido aire tonificador. Esto es vida, sí señor, por un momento llegué a olvidar a Izrador y todo el sufrimiento que ha causado.
A mitad camino, tras casi haber perdido a Craudan en el intento de cruzar un acantilado, llegamos a un camino que se elevaba sobre la vía principal. Pudimos ver a la partida del legado, cuatro orcos con sus toscas espadas, un brutal y gigantesco orco de élite, cabecilla de estos, y al legado. Ni el aire de superioridad ni su marcial armadura parecían impresionar lo más mínimo al enorme orco, que discutía con violencia con él.
Dilara, conocedora de su idioma, se acerco reptando hasta el borde del risco para escuchar, y en el momento en que volvía, se paró con cara de sorpresa y miedo. Sobre la fronda a nuestras espaldas se oyó el graznido de un cuervo, tétrico y fantasmal. Mientras el rostro de la hechicera se tornaba pálido, todos giramos nuestras cabezas. Dos siluetas emergían poco a poco, con andares torpes y tropezando del linde del bosque. Una estaba siendo rodeada de cuervos, que volaban a su alrededor, congregándose en sus hombros. La otra, vestida con prendas de cuero semi podridas, se acercaba con su mirada clavada en nosotros. No eran muy grandes ni parecían ir armados, pero mi experiencia me avisó. Aquellos dos tipos eran peligrosos. El que iba vestido de cuero alzo una mano, de forma desdeñosa señalándonos, y tras él surgió una inmensa mole de carne podrida y pelaje correosa con la forma de un oso. El terror se adueño de mí. No podía pensar con claridad, maldita sea, no podía ni moverme, lo ví claro, era magia. Por el rabillo del ojo observe aterrado el estado del grupo. Todos temblaban, pálidos y con cara de locos. La única que se mantenía firme frente a los caídos era mi hermana. Que vieran esos debiluchos ereños, que observaran la grandeza de los dornios. Uno de los dos espectros putrefactos, el de los malditos cuervos, destelleó durante un segundo, para aparecer al instante con la mano engarfiada sobre el cuello de mi hermana. Intente rugir para liberarme del pánico, para fortalecer mi voluntad, pero fue en vano. Odio la magia.
- ¿Que hacéis en nuestro dominio humanos?- El sonido gutural surgió de una garganta muerta.
- Vamos a… ¡Ahhhh!- La presa se cerró más sobre su nívea garganta.
- En tres palabras escoria. ¿Qué hacéis aquí?
- Cueva Lagrimas Caídas-
Mi hermana se esforzaba por superar el pavor y por intentar contestar coherentemente. El muerto viviente abrió mucho los ojos al oír el nombre de la cueva. Gritó preguntando que sabíamos de la cueva, que queríamos hacer allí. Ella, cerca del ataque de pánico explicó una y otra vez que íbamos por una visión que había tenido... de que demonios estaba hablando? yo no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Que íbamos para proteger el nexo de poder de la amenaza de la sombra. Ante esas palabras el caído la soltó bruscamente. La furia se marcaba en su semblante deteriorado por los siglos. Tras cada palabra de mi hermana, explicándole lo del legado, el grupo que se dirigía a la cueva, el rostro se crispaba más. ¡Parecía que iba a estallar! El muy bastardo miro detenidamente a su acompañante, y ante un gesto de aquidiscencia de este, elevó los brazos, alzó la voz y una gigantesca bandada de cuervos los envolvió a los dos, haciéndolos desaparecer de nuestra vista.
Cuando los pajarracos se dispersaron, habían desaparecido ambos. Comenzamos a sobreponernos al miedo, mi hermana se derrumbó de rodillas por la tensión sufrida, estremecida.
Acudí junto a ella, mil preguntas y una enormeculpa por no haberla podido ayudar atormentaban mi mente. Se recuperó al beber un poco de agua y, mientras los demás comentaban lo sucedido, le pregunte que era eso de las visiones. Me habló largamente, sus ojos tristes fijos en mí. La noche que pasamos en el almacén de Wendell, explicó, tras haber terminado de estudiar los textos del grimorio, había caído presa de un profundo sopor. Algo mágico rodeaba el sueño, algo que le recordaba a Baitu, su maestra. En un momento del sueño se vio transportada a una cueva, por la que caminó, sumida en la oscuridad, pero segura del camino. Arribó a un estanque subterráneo, de aguas cristalinas, con una एनोर्म estalactita cayendo en medio del lago. Justo al entrar, oyó el sonido de una gota al caer en el agua, seguida de una risa juvenil. El sueño acabó bruscamente, con las primeras luces del día, momento en que yo la desperté.
Si eso era cosa de Baitu, maldita sea, podría haber sido más concisa. Dí por sentado que debía ser sobre la cueva a la que íbamos, era lo más sensato. Nos reunimos con los demás, para proseguir el camino. Ahora ya no tenía sentido ir lentamente, con sigilo. Zeph, durante la aparición de los que caídos, había observado como el grupo del legado se había percatado de nuestra presencia, ya fuese por la congregación de aves o por el sonido de la espantosa voz del aquel ser. Corrimos velozmente hacia la abertura que se distinguía a lo lejos, en la ladera de una montaña. El camino se alejó del seguido por el otro grupo, por lo que los perdimos de vista. Si tardábamos demasiado, ya habrían llegado, y no quería ni pensar de la escena que nos encontraríamos.
Cuando arribamos a la cueva, mas desesperanza. Cuatro figuras yacían inmóviles sobre el suelo. Cuatro halflings, heridos en la mente, ya que el cuerpo no presentaba ninguna marca o herida. Vi como Dennyn, mostrando el respeto debido a sus antiguos camaradas, los recogía uno a uno, para depositarlos con cuidado, los ojos cerrados por toda la eternidad, en una de las salas laterales; un entierro con honor, era lo más adecuado. El halfling no sólo había demostrado ser un gran combatiente, si no que además era honorable, que me convierta en legado si miento cuando digo que tiene mi respeto.
No pude evitar ver el suspiro de esperanza del mediano, su mujer no se hallaba entre los caídos. No había huellas de lucha, por lo que seguimos hacia el interior de la cueva. Mientras investigamos la siguiente cámara, Dilara se tensó de golpe, un estremecimiento recorriendo su cuerpo, y comenzó a caminar hacía la oscuridad de la profundidad de la cueva. Sabiendo todo lo referente a sus visiones, alerte al resto del grupo, prefiriendo que nos condujera al lugar que veía en sus sueños. Sin más luz que la de una antorcha, nos introdujimos profundamente en la hendidura de la montaña. Atravesamos pasillos silenciosos, donde las alimañazas escapaban de nosotros, siguiendo a una imperturbable Dilara.
Se detuvo ante un estrecho pasaje que se hundía en la madre tierra. La humedad regalimaba de las paredes, creando un ambiente calido y húmedo. Sin vacilación alguna, se introdujo por el pasillo, sus manos acariciando suavemente las rugosas paredes. No pude dejarla sola, y pese al regusto sobrenatural que impregnaba mi boca, fui a afrontar con ella lo que el destino nos deparaba. El resto, temerosos de la oscuridad y con la curiosidad picada, nos siguieron. Fue como encontrarse en otro lugar.
Una vez pude ver el final del pasillo, la tranquilidad me inundo. Un frescor vigorizante tonificó mis cansados músculos y, por los entrecortados suspiros de los demás, comprendí que algo mágico rondaba en el lugar, así que aquello no me hacía mucha gracia. El lago de los sueños de mi hermana estaba ante mis ojos. Una caverna natural de unos diez metro de diámetro, circular, con un estanque de brillante y fresca agua cristalina en el centro, coronado por una estalactita que señalaba el centro del lago, goteando en éste.
De pronto una risa infantil surgió de la penumbra. Dilara se sobresaltó y se sobrepuso del trance. Sobrecogedor. Dilara, hablando con voz calmada, invitó a la propietaria de la risa a salir, a mostrase, asegurando nuestra bondad. Ella se mostró y un ser de agua, con las proporciones de una niña, apareció ante nosotros. Habló de cosas que yo no comprendo, ciclos señalados por gotas de agua, sobre años de espera... lo que sí entendía era el peligro de ser encontrada por la Sombra. Nos habló de sus guardaespaldas, aquellos que nos encontramos en el camino de la montaña. Todos, embargados por una paz interior inexplicable nos sobresaltamos cuando dijo que nuestros enemigos estaban en las cercanías. La furia se apoderó de mí al comprender que por culpa del legado debía abandonar el revificante hormigueo que invadía mi cuerpo.
La situación era complicada. Si atacábamos al discípulo de Izrador el pueblo se estaría en problemas y, seguramente, sería arrasado. Se habían portado bien con nosotros, no se merecían eso. Por otra parte, si decidíamos huir dejando a la fata indefensa, el enemigo tomaría su poder volviéndose más poderoso, demasiado tal vez.
Mi hermana, con la típica terquedad Dornita, se mostraba inflexible, no tenía intrención de abandonar al mágico ser a su suerte, y cuando todos los demás tratamos de convencerla se ofendió profundamente. Ví el dolor y la petición de ayuda en sus ojos al mirarme. Debe aprender, no siempre estaré a su lado protegiéndola.
Tras discutir, tomamos la única decisión posible. El túnel de acceso a la cámara de la ondina debía ser bloqueado. Comenzamos el trabajo: picamos, golpeamos, horadamos la dura roca para protegerla. El túnel comenzó a ceder y finalmente se desprendió, con los ojos del mágico ser clavados en los nuestros.
Se acercaban, podíamos oírlos. La oscuridad se alió con nosotros ofreciéndonos cobijo de nuestros perseguidores. Reniegos y pisadas se oían por toda la caverna. Tres siluetas se perfilaban en la oscuridad: el legado, con sus negras ropas y una armadura de metal oscuro, seguido por el imponente orco y otro de un tamaño menor. Comienzaron a rebuscar por la zona. El humano entonó letanías de odio y aflicción, observando atentamente el lugar. En el momento en que enfocó el túnel derruido, lanzó un gemido de dolor y se llevó las manos a cubrirse los ojos.
-Apartad esas rocas! Ahora!- ordenó a los orcos, y estos comenzaron a desbloquear el túnel mientras el sacerdote oscuro se relamía y miraba triunfante el descubrimiento. Maldita magia.
-No podemos permitir que la encuentren...- gimió mi pequeña hermana, y entonces Dennyn saltó sobre el legado, golpeándolo con ambos puños la cabeza. Mientras aterriza con una voltereta, el humano cayó golpeando la pared y después el suelo, aturdido. Craudan, silencioso como una araña se liberó del sudario oscuro que lo envolvía en las sobras y clavó repetidamente las dagas en la espalda del soldado orco. -Me toca!- pensé el grande es para mí, era una cuestión de orgullo y honor, algo de lo que los dornitas podíamos enseñar a las demás razas. Dilara ya estaba en pleno sortilegio, y el montaraz asía fuertemente las urutuk gemelas que le había dado Wooden.
Así que era el momento, Rugí un grito de batalla familiar pidiendo protección y guía a mis ancestros y me abalancé sobre el brutal orco. Canalicé todas mis fuerzas a través del mango del hacha. La sientía en mis manos, agradecí el silbido que emitía al oírla cortar el aire, y cuando veinte centímetros de brillante hoja metálica se incrustaron en el pecho del orco, emití un grito de triunfo, devictoria. Ese golpe habría tumbado un caballo sarcosano!. Sin embargo, el brutal orco de élite no cayó. Se recobró apenas al instante del impacto, y comienzó a atacar con los puños. Craudan esquivaba una y otra vez la espada de su oponente, clavando ocasionalmente sus dagas en la carne del otro. La caverna se alumbraba esporádicamente con brillantes deflagraciones que surgen de las manos de mi hermana. Dennyn se cebaba brutalmente con el caído legado, que poco a poco recobraba el conocimiento. Las cantaban urutuck con su sonido silbante el ritmo del combate, contrastado por los mugidos de dolor de un oponente al ser herido.
Pero el orco no caía. Me golpeaba una y otra vez y, con cada golpe, no podía si no retroceder. Sentí mi hombro desgarrarse. Reuniendo fuerzas contracargué hundiendo profundamente la placa pectoral del orco. Por primera vez retrocedió. Mientras, Craudan y Zeph dieron buena cuenta del otro, acercándose por la espalda a mi fiero enemigo.
De nuevo, tal y como había sucedido en Roca de Durgis, demuestré no ser aún lo suficientemente fuerte, las fuerzas me abandonaban. Son muchos los golpes que había recibido y el maldito orco no parecía resentirse.
Finalmente, a pesar de los ataques de Dennyn el legado se alzó. Fulminando con la mirada al halfling y, alzando su mano sobre él y un fuego oscuro surgió de su palma. Dennyn gritó de dolor, un grito tan intenso que sofocó el ruido del combate. El dolor debía ser indescriptible para que el pequeño defensor gritase. Por los dioses que ya no escuchan, no podía hacer nada. Sin embargo Dilara pareció leer mis pensamientos, y acudió corriendo al lado del mediano, golpeando con fiereza al humano con su báculo. Mientras, el legado, invocó el poder de Izrador, y las heridas del descomunal orco comenzaron a cerrarse. Maldición, necesitaba ayuda, ni yo podía mantenerlo a raya mucho tiempo más.
Hacía rato que había desistido en mi intención de acabar con él yo solo. El combate había sucumbido en un ir retrocediendo he intentar bloquear y resistir los golpes. Entonces me jugué el todo por el todo y lancé el que se podría haber sido mi último ataque. -O acabo con el o muero- pensé.
Sin embargo ese orco no sólo era más fuerte, más resistente e iba mejor armado que yó, sino que también tenía más experiencia en combate. Se percató de mi movimiento, retrocedió y esquivó fácilmente mi poderoso golpe -demasiado pronto, me he precipitado y me faltan fuerzas para redirigir el golpe- lamenté., mi hacha golpeó la piedra y lo siguiente que sentí fue estallar mi pecho con el tremendo contragolpe que recibí y me envió contra al otro lado de la estancia.
Al ver la escena Craudan adoptó un semblante de incredulidad que se tornó terror cuando vió que la mole de carne y acero se encaraba con él y era su único adversario. El pícaro combatió con valor, sin embargo tras encajar el orco el ataque del, a su lado, diminuto humano, le asestó un brutal ataque que impactó en pleno plexo solar del ladrón. Tras aterrizar en el suelo y ver la antianatómica postura en la que había caído Craudan, lo supe, Craudan estaba roto, había muerto.
Rují de rabia, grité de dolor, reuní todas mis fuerzas para intentar levantarme apoyándome en el hasta del hacha, todo inútil, no me quedan fuerzas y también estoy demasiado roto.
Sin embargo, un halo de esperanza, un líquido refrescante regalimaba de las paredes empapándome mientras una risa infantil se escurría por las grietas del túnel derruido.
Calambres de energía recorrieron mi cuerpo y me impulsaron a seguir. Me levanté lentamente, sopesando mis nuevas fuerzas. Sujetando con firmeza el arma, la levanté mientras buscaba la mirada del orco. Sorpresa en un rostro surcado de cicatrices – te creías duro bastardo? Eso es que nunca habías luchado con un dornita!. Sorprendido? Tarde imbécil, ahora me toca a mí-. Me abalancé sobre él, y proyecto el filo de mi arma hacia su pecho. El golpe atravesó el pectoral, corriendo sobre su carne, cercenando músculos y tendones con limpieza. El regocijo hizo que tirase del arma y, tras oír el consiguiente sonido de succión, volví a arremeter. Finalmente el bestial orco cayó, desplomándose como un gran árbol acabado de talar.
Cuando recobré la conciencia de lo que me rodeaba ví el cariacontecido rostro de mi hermana que me miraba señalando hacia un bulto enroscado en una pared. Era Craudan. Aunque Dennyn estaba haciendo lo imposible por recuperarlo fue imposible. Estaba desmadejado como una muñeca rota. Suspiros en la oscuridad.
La fata nos impulsó a liberar la entrada de nuevo. Al verla todo el esfuerzo anterior quedó diluido en la calida sensación que provoca. Habló mostrándonos su agradecimiento y nos transmitió su pena por la muerte de nuestro compañero. Se sentía en deuda con nosotros, por lo que alzó hacia mi un pequeño objeto. Era un cuenco, con una plateada gota de agua en ella. Aquello nos permitiría invocarla por medio del agua mágica que contenía el cuenco si adivinábamos su nombre, y entonces nos recitó una poesía que no era si no una adivinanza, Zeph sonreía, acaso ya sabía la respuesta?
Era hora de partir, hora de irnos, acudir al pueblo, contar todo lo ocurrido y advertirlos del peligro.
El viaje fue largo, el camino mas sencillo que el anterior, pero con la pena de perdida de Craudan viajamos es silencio, cada vez que tomábamos un camino perdíamos a alguien.
Cuando llegamos a Aguarápida, exhaustos y agotados Wendell nos esperaba en el almacén, impaciente por saber lo ocurrido. Lewelian apareció con el alcalde, y se muestraron asustados al saber todo lo acontecido en la cueva. Necesitábamos descansar, reposar, recuperar fuerzas. Yo había sido bendecido por la ondina pero el resto estaba rendido.
Lewelian mencionó la aparición de un caballero sarcosano, encontrado a la deriva en el Eren। Nos dijo que lo tenían en una casa vigilada. Así que decidimos encontramos con él antes de descansar. y Dilara con calidas palabras le insta a informarnos de su historia. He sido atacado, dice con muecas de dolor, mis hombres, un dragón. -¿Dónde esta mi caballo? ¡Mi caballo!- Desvariaba. En la habitación había una jóven semielfa, hija de Lewelian... -Esa si que debe ser una buena historia, jajaja!!!!- pensé. Nada podíamos hacer por él ahora, así que nos retiramos al almacén para descansar.
Con las primeras luces, Neliel, hija de Lewelian, nos despertó a todos con gritos de miedo। Nos instó a seguirla, y corremos tras ella temiendo lo peor. Salimos por la puerta, y el poco sol que atravesaba la densa capa de nubes que siempre recubría Ayrith golpeó nuestros adormecidos ojos, que poco a poco fueron haciéndose una idea de la situación. Columnas de humo se elevaban en el pueblo, casas en llamas, cadáveres, patrullas orcas destrozándolo todo a su paso, y frente al almacén, un oscuro legado, a cuyos pies se hallaba la semielfa, sobre una infernal montura equina, y rodeado por dos lobos gigantes de pútridas pelambres, nos observaba rodeado de orcos.
Sonrió al vernos, y acercándose dijo con una voz de muerte. -¿Quién es vuestro líder?- al no obtener respuesta se puso nervioso, y eso no es bueno, ese legado parecía más animal que hombre y un animal nervioso es siempre muy peligroso. Al final mi hermana dió un paso al frente, y le sostuvo la mirada – que bien hermanita, otra vez tendré que jugarme el pellejo por ti? No estaré siempre ahí, lo saber, verdad?-.
El dialogo se hizo tenso, y al erizarseme los pelos de la nuca, sentí lo peligroso de la situación, sabía quienes éramos y que hacemos aquí; al final exigió que le entregásemos el estuche que yo portaba. Al final mi hermana cedió ante tan terrible presencia. Se acercço hacia mí y me pidió que le entregase la última voluntad del gran y valiente Wooden. Si sólo hubiese estado en juego mi vida me hubiese enfrentado al legado, pero otros dependían de mi decisión, así que al final se lo entregué. El legado, cuyo nombre ya conocía, Jael el Cazador, tomó el estuche de mis manos, lo observó con curiosidad y complacencia y se alejó de nosotros asaeteando nuestros oídos con una infernal risa. Una sola palabra surgió de sus labios: ¡MATADLOS!
1 comentario:
Hola a todos,
Bueno al fin! la tercera partida. La verdad es que Mazda cumplió mcon el calendario y yo no, pero con el curro que me ponen del máster y que en el curro estamos en la época de más trabajo pues lo he llevado fatal. Pero bueno, volvemos a las andadas.
Un saludo.
Laer
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